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Nadir

Microcosmos

Que el mundo es muy grande pero el mío personal es pequeño, ya lo dijo Benedetti en uno de sus poemas. Desde que lo leí no he dejado de certificar la verdad de esas pocas palabras, porque de joven uno quiere conocer el mundo, el universo le parece pequeño, pero de repente las cosas cambian y se da cuenta que su mundo es pequeño y que además le gusta de esa manera. La publicidad nos vende la fama como objetivo vital, el viaje como modo de existencia, el cambio como valor universal y eso está bien, porque es bueno salir, conocer lugares y gentes, ampliar nuestras miras. Así que si eres joven, la frase del poeta uruguayo te parece una chorrada, algo que sólo dicen los viejos caducos sin ambiciones ni ilusiones.
Pero de repente, los años pasan y vuelves a leer la misma frase y te detienes unos segundos, porque ya no te parece tan disparatada. Quizás el poeta no iba desencaminado, quizás tú mismo sueñas con un mundo pequeño y cálido, quizás, incluso lo necesitas. Porque por encima de todas las consideraciones, está la de que los hombres necesitan un mundo pequeño a su alrededor, un sitio acogedor que los espere al final del día, que les restaure de las heridas de la guerra cotidiana y del paso del tiempo. Por eso yo, conforme cumplo años, miro las nuevas tecnologías con una cierta condescendencia. Internet y la telefonía móvil son sustitutos tecnológicos de la cercanía, nada más y nada menos. Sigo hablando con pocas personas, pero ahora cada una de ellas está en un sitio del mundo. Mi página de Internet me permite encontrarme con unos pocos amigos, pero ya no tenemos que estar todos juntos para poder hacerlo. Hemos ganado en distancia y por lo tanto necesitamos medios complejos y caros para seguir relacionándonos.
Cuando empecé a escribir, tenía cinco o seis lectores fieles (o quizás locos). Amigos o familiares que me leían básicamente porque me conocían y porque me tenían cariño. Unos años más tarde, he conseguido algunos lectores más, pero en mi mente sigo teniendo esos pocos asiduos a mis textos. Es un poco raro pensar así, pero es la única manera posible de sobrevivir emocionalmente sano y además, en cierto modo, la realidad que nos acompaña es así. Escribimos y vivimos para poca gente. Nuestro mundo es pequeño, nuestros diarios, nuestras bitácoras, les interesan sólo a unas pocas personas. En general somos anónimos, extraterrestres de nuestro propio planeta. La tecnología lo único que hace es permitir que nuestras amistades, distribuidas por el globo sigan en contacto con nosotros. En cierto modo somos como bebés, que miramos asombrados el mundo, lleno de excavadoras y misterios, pero necesitados de la compañía de nuestros padres.
Desde que mi hija llora por las mañanas cuando me marcho de casa, me he dado cuenta de que mi mundo es cada vez más pequeño y lo peor es que me gusta. Me gusta saber que hay alguien que mide la distancia en metros, que me necesita a la vista, que llora si no me ve. Ya no necesito saber si hay vida en otros planetas para ser feliz, me basta con saber que hay vida en mis cercanías para desear regresar pronto a mi casa. De repente mi mundo es pequeño y yo soy extrañamente feliz. ¿Será grave? ¿Estaré viejo o enfermo? Algunos conocidos me dicen que no me preocupe, pero que me cuide, porque ahora tengo más responsabilidades y yo, me miro en el espejo, y por primera vez me preocupa estar vivo. Así que estoy acabado, porque cuando a uno le preocupan estas cosas, es cuando le falla el corazón o se le dobla la espalda. Pero siempre tendré los versos del poeta, para acompañarme en este mundo pequeño que me rodea, lo cual no es poco cuando uno cumple años y canas al mismo tiempo.

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