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Nadir

Miradas de papel

Desde hace unos días me siento observado en el rellano de mi casa. Es algo más que una sensación, es la certeza de que está ocurriendo. En realidad sé perfectamente el aspecto del hombre que me mira, no es muy mayor, con gafas y con cara de no estar especialmente interesado en nada de lo que hago yo o cualquiera de mis vecinos cuando recorremos ese pasillo común del edificio. Lo peor, no es que nos mire con mucha seriedad, sino que su mirada está multiplicada o quizás nuestros ojos se han vuelto como los de los insectos y vemos su cara infinidad de veces. Contemplamos sus pupilas, repetidas hasta contar ocho, clavadas en nosotros y en nuestras rutinas domésticas y yo me siento incómodo, porque él no sabe que nos está mirando y quizás, en definitiva, seamos nosotros los que le contemplamos. Porque cuando se mira un retrato y el retrato te mira a ti ¿Quién es el observador y quién el observado? La pregunta no tiene solución, pero las fotos olvidadas o perdidas en mi rellano sí. Un amable vecino las puso sobre un zócalo de madera que hay a media altura, en el pasillo, todas juntas, como si fuesen una baraja de naipes. El objetivo era que su dueño las pudiese recuperar en caso de volver al edificio. Pero el hombre no regresó, o si lo hizo, no quiso saber nada de sus fotos de carné. El rellano comenzó entonces a ser observado por esa mirada de papel y nosotros los vecinos empezamos a toparnos con sus ojos jornada tras jornada. Conforme pasaban los días la situación era cada vez más molesta, ya que nadie se atrevía a quitar esa imagen de ahí, por si acaso su dueño regresaba finalmente.
Así que como ocurre siempre, cuando algo no se arregla, la cosa empeoró. Alguien, por afán de broma, o de venganza, rompió la baraja y colocó las fotos una al lado de otra. De repente ya no era una cara la que te miraba sino cuatro. Cuatro miradas idénticas que clavaban en los vecinos sus pupilas de papel cubiertos de gafas. Mi situación pasó de ser un leve desasosiego a una tremenda inquietud. Cuando cruzaba ese pasillo tenía miedo de levantar mi mirada y encontrarme con las suyas. Me sentía culpable por no quitarlas de allí, pero también me sentía culpable por pensar en quitarlas, incluso por mirarlas. Si el alma de una persona queda encerrada en una fotografía, nosotros estábamos contemplando el alma múltiple de ese hombre y quizás él, en la distancia, se sentiría observado y también intranquilo.
Durante unos días procuré no transitar por ese pasillo. Para salir a la calle lo hacía a través del garaje, como si fuera un coche o un cobarde. No tuve valor de comentar el caso con ningún vecino, tenía miedo de parecer un neurótico o un loco. Pero estoy seguro de no ser el único que tiene problemas con esa mirada múltiple porque ayer alguien había movido las fotos. Ahora sólo había dos imágenes, una de frente y la otra situada en el lateral. Me sentí como un convicto al que fotografían para su ficha policial y por eso estuve a punto de levantar la mano y quitar a ese guardia del zócalo de madera. No lo hice, pero durante todo el día estuve tan inquieto como si me hubiese tragado una pelota de goma y no supiese si digerirla o ponerme a botar. Hoy he decidido robar una de esas imágenes y ponerla en mi diario de papel. Así podré mirarla cuando quiera y no al revés. Tengo además la sensación de que de esta manera le hago un favor al dueño de la cara, porque por fin sus ojos y, el alma que hay atrapada en ellos, encontrarán reposo en el silencio de mi diario. Será mi buena acción del día o quizás del año.

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