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Nadir

Terminal Cuatro

La puerta de embarque se indicará en los paneles con suficiente antelación. Cuando entré en la terminal cuatro no pude evitar pensar en que me había metido en una habitación con espejos. Las columnas que sostenían el techo se repetían hasta el infinito, con el único cambio apreciable de una degradación de color semejante al arco iris que supuse sería un efecto óptico debido a la distancia. Tuve miedo de andar por la terminal porque temía chocar contra un espejo, como si estuviera en unos lavabos de esos en los que tu imagen se repite una y otra vez mientras contemplas tus ojos asustados. La suerte se alió conmigo porque mi puerta de embarque estaba frente a mis pies y, en cuanto pude, salí huyendo de ese espacio de geometrías misteriosas con dirección a Tenerife. Un amigo me dijo que en realidad no había pisado la terminal cuatro sino su satélite. Es decir, que para mi sorpresa, estaba en la primera copia especular de las infinitas que existen y por eso me había sentido raro, porque no estaba en el mundo real sino en su imagen. No supe que decir, quizás entonces tampoco estaba en Tenerife sino en una copia de la misma, así que me marché corriendo a la Rambla para comprobar el estado de las obras. Me serenó verificar que todavía les quedan cincuenta años de trabajo, me tranquilizó caminar por el bosque de escombros, entre andamios y personas que también se repetían hasta el infinito sobre un universo inacabado. La puerta de embarque se indicará en los paneles con suficiente antelación. Cuando entré en la terminal cuatro no pude evitar pensar en que me había metido en una habitación con espejos. Las columnas que sostenían el techo se repetían hasta el infinito, con el único cambio apreciable de una degradación de color semejante al arco iris que supuse sería un efecto óptico debido a la distancia. Tuve miedo de andar por la terminal porque temía chocar contra un espejo, como si estuviera en unos lavabos de esos en los que tu imagen se repite una y otra vez mientras contemplas tus ojos asustados. La suerte se alió conmigo porque mi puerta de embarque estaba frente a mis pies y en cuanto pude salí huyendo de ese espacio de geometrías misteriosas con dirección a Tenerife. Un amigo me dijo que en realidad no había pisado la terminal cuatro sino su satélite. Es decir que estaba en la luna, girando sin cesar alrededor de un planeta poblado de viajeros y maletas. Lo gracioso es que si quería llegar a la terminal auténtica tenía que introducirme en un túnel y diez minutos más tarde aparecería en el mismo sitio que antes pero con más repeticiones. Quise despertarme de ese sueño, pero como no tenía la tarjeta de embarque no podía salir de esa terminal de pesadilla. Me marché a Tenerife gritando que era Adán Martin y que necesitaba acabar la obra del tranvía lo antes posible para evitar ser devorado por los árboles de la nave principal. La puerta de embarque se indicará en los paneles con suficiente antelación. Cuando entré en la terminal cuatro no pude evitar pensar en que me había metido en una habitación con espejos. Las columnas que sostenían el techo se repetían hasta el infinito, con el único cambio apreciable de una degradación de color semejante al arco iris que supuse sería un efecto óptico debido a la distancia. Tuve miedo de andar por la terminal porque temía chocar contra un espejo, como si estuviera en unos lavabos de esos en los que tu imagen se repite una y otra vez mientras contemplas tus ojos asustados. La puerta de embarque se indicará en los paneles con suficiente antelación. Salí corriendo porque tenía que escribir ésta columna pero no encontraba la puerta, ni el satélite, ni el túnel ni el tranvía. La puerta de embarque...

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