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Nadir

Perdedor

Cuando Mariano Rajoy, desde la tribuna, cogió los papeles y acusó al presidente del Congreso de haber ordenado callar a la oposición para luego, muy digno, mandarse a mudar, sabía perfectamente que había perdido, y mucho más que el debate. El martes, el gallego (al que se le pueden echar en cara muchas cosas, pero nunca que no sea extremadamente inteligente) supo indefectiblemente que había extraviado su liderazgo, que había dejado a la gaviota planeando sin rumbo y descendiendo en suave pendiente hasta que toque tierra. Y Zaplana también lo supo, por lo que hábilmente embroncó una vez más la sesión plenaria agarrándose a la excusa de la falta de tiempo para lanzar tinta de calamar sobre un hecho irrefutable: no está sentado frente al Gobierno alguien que pueda arrebatarle a Zapatero La Moncloa.
Los conservadores han pasado del día a la noche, de un líder dogmático y cuasimesiánico a otro que no puede quitarse de encima la sombra ni de Aznar ni de Zapatero y que, en definitiva, es imposible que crezca. En un combate de boxeo, el aspirante es el que se la juega en cada golpe. El que defiende el título únicamente debe confiar con mantenerse en pie cuando suene el gong en el último asalto. Solamente el KO da la victoria al aspirante, ni siquiera tener más puntos que el adversario le garantiza la victoria. Con Indurain nadie brilló a su lado, con Armstrong no existen rivales. A Rajoy le ha tocado pedalear contra Zapatero al igual que a Aznar le pusieron a Almunia. ¡Qué se le va a a hacer! El ataque de nervios es tan evidente que, nuevamente, han echado mano de su bicha preferida para agitar los demonios e intentar pescar en río revuelto: ETA. La torpeza de anunciar unas conversaciones con Batasuna por parte de los socialistas de Euskadi ha movido el entorno mediático de Rajoy hasta el punto de que ya casi no se habla de otras cuestiones. Ya nadie se acuerda, y no ha pasado ni una semana, del debate sobre el estado de la nación que se celebró durante el martes y el miércoles y que mañana culminará con la aprobación de las propuestas de resolución. Y, nuevamente, los del PP se equivocan. La esperanza de paz de los españoles es tan grande que son capaces de ingerir cualquier hediondo bebedizo, siempre que sea democrático, tapándose la nariz si así se consigue que ETA deje de matar. Los más beligerantes jinetes de la gaviota no se dan cuenta de que, cada día que pasan desunidos del resto en este asunto, están gritando que no quieren volver.
Y los españolitos les harán caso.

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