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Nadir

Paquito el Chocolatero

El baile vertical y el compadreo de fiesta popular que obliga a tirarle tomates al prójimo y vecino son dos entidades difíciles de comprender para el urbanita medio. Es esa especie de catarsis que genera la fiesta de pueblo. Como bien dice un humorista, si quieres morir, vete a cualquier villorrio y di que las fiestas de ese lugar ¡no! son las mejores del mundo. Cualquier señorío, pedanía, pueblucho, villa y aldea de España tiene las mejores fiestas del mundo, aunque su historia consista en rebozar al santo de turno en serrín y estar tres días borracho. ¿Cómo se aguanta tres días borracho? Jamás lo comprendí, debe ser o que soy sincero o que simplemente carezco de esos cuerpos que se crecen con el alcohol sin pensar en una almohada, y que conste que tengo un currículum de novelero dispuesto a hacer palidecer a quien lo ponga en duda.
En Tenerife tenemos la espita de los Carnavales para malvender los ímpetus hedonistas y anárquicos de la masa. En otros pagos deben buscar cosas como la fiesta de la rama o San Crispín el Serenísimo para dejar que el tintorro o el ron con cola fluyan para matar frustraciones y aburrimientos. En Tenerife, salvo esa cosa llamada fiesta del agua de Tejina, no lucimos esas celebraciones de desfogue despendolado, sobre todo no sabemos disfrutar con Paquito el Chocolatero.
Para tocar en cualquier verbena del godo la orquesta de turno debe lucir en su repertorio Paquito el Chocolatero. Mi amigo, ahora desconectado, Luis, que es natural de un pueblo que luce el muy acogedor nombre de Rascafría, cierta vez me comentó eso mismo: "Aquí, para tocar en las fiestas, debes saberte Paquito el Chocolatero". Durante años mantuve la duda (escasa, porque ni siquiera moví medio músculo para saciarla, y eso que está el Google) de qué era eso de Paquito el Chocolatero y cuál era su importancia verbenística. Hasta que cierta noche asistí al espectáculo.
Explicación: Paquito el Chocolatero es un pasodoble instrumental más bien aburrido pero con una parte central donde las hordas borrachuzas del pueblo se abrazan por los hombros y dan patadas al aire -o flexionan el tronco, que hay varias versiones- y gritan: "¡He. He. He!". Las razones antropológicas del hermanamiento y las causas que lleven al pasodoble más triste de la historia a convertirse en megaéxito de las verbenas están por estudiar. Pero si suena Paquito, toca hacer el mendrugo, como con los Pajaritos, la Yenka y tantos bailes que, a lo largo de la historia, solo tenían un fin. Sí, lo acabo de descubrir, estas tonadillas populares son obra de las empresas licoreras. Saben que la sensación de vergüenza ajena es tan fuerte que solo completamente borracho cualquier ser humano con un mínimo de dignidad sería capaz de bailarlos. Y como ya sabemos hace unas semanas, esta temporada tenemos nuestra ración de tontería particular: Opá y el himno gaviotero del PP.

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