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Nadir

Basurero

Estamos bajo mínimos en credibilidad de partidos e instituciones. La honestidad de todo quisque está en entredicho. Pero si cada vez resulta más difícil acercarse a la cosa pública por el olor a mierda que desprende, no es porque esta región esté especialmente podrida, mucho menos porque esté especialmente podrida en los últimos tiempos. A algunos les gustaría que prosperara la impresión de que Canarias es un remedo criollo del México de las mordidas. Pero no es verdad. Estas islas no son -en materia de corrupción y engolfamiento- ni mejores ni peores que cualquier otro territorio de la geografía patria, si exceptuamos Marbella, y en esa comparación hasta salimos ganando. Es verdad que aquí se cometen excesos y desmanes. Como en todas partes. Lo que no es cierto es que todos sean iguales, que todos sean ladrones, que todos sean unos golfos apandadores. Pero esa es la imagen que está extendiéndose. La responsabilidad de que ocurra así no es sólo de quien sacude basura ante el ventilador. Es también de quienes alientan los escándalos falsos o verdaderos, sin importarles una higa la verdad, buscando rentabilidad política y desgaste del adversario.
En los últimos años, Canarias se ha dedicado a acumular pequeños y grandes escándalos, auténticos o falsos: Tindaya, Sintel, Icfem, Aeromédica, cuentas en Luxemburgo, convalidaciones, subvenciones, Islas Caimán, Utes varias, bingoBangos, tráfico de armas, licencias municipales, gangsterismo sureño, el del tiempo, maletines, periodistas a sueldo, PGOU, madres políticas, sueldos vitalicios, intercambiadores muertos de risa, vídeos más o menos pornográficos, Teresitas, Jinámar, asfalto, recalificaciones, pelotazos deportivos, contratos a mansalva, fotos caribeñas de diputados priápicos, detectives privados investigando la vida y milagros de sus señorías, incluso antes de que sean señorías, parlamentarios prima donna que se desmayan y piden protección policial, caso Baute, casettes con conversaciones presumiblemente irreproducibles y casettes con conversaciones perfectamente reproducibles sobre trapicheos urbanísticos en La Laguna, La Oliva, Pájara, nepotismos varios, directores generales y sus novias en el calabozo, teléfonos intervenidos, comisiones inmobiliarias, contratos amañados hasta para la compra de mesas de despacho, millones en el cajón de un interventor, concejalas en prisión, facturas más o menos amorosas, Faycanes... es el basurero general.
Miles de litros de tinta sobre la conciencia de una sociedad apática. Y luego... nada. Nada de nada de nada. Lo peor es eso, que no pasa nada: ni a los acusados ni a los acusadores. Los unos recogen sus bártulos (robados a veces) o sólo su dignidad herida y su honra mermada gratuitamente y se pierden en el olvido, mientras los fiscales aficionados vuelven a instalarse en las trincheras de la infamia más fácil.

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