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Nadir

Colas

El mundo de vez en cuando hace experimentos sociales que duran muchos años. Para los que estamos en uno de ellos nos es muy difícil comprender cualquier otro. En cierto modo somos como ratas de laboratorio encerrados en un laberinto. Quizás seamos capaces de encontrar la salida del nuestro, pero desde luego todos los demás caminos nos parecen extraños, ajenos a nosotros y a lo que entendemos por cotidianeidad. Por eso yo nunca he entendido el modelo comunista que durante mucho tiempo estuvo implantado en Europa del Este, ni la guerra fría, ni la revoluciones decimonónicas o hippies. Todos esos experimentos tuvieron lugar sin mí, en un tiempo que a mí se me antoja pretérito y por una gente, que desde mi laberinto particular me parece muy rara. A mí, me ha tocado vivir el experimento de la telefonía móvil, de internet y del capitalismo absoluto. Trato de encontrar la salida de este laberinto, como si fuera una rata, sabiendo que cuando el investigador se canse empezaremos otro experimento, quizás más fácil o quizás no. El caso es que aunque el resto de las cosas no las he vivido al menos las he podido ver en la tele o leer en los libros y gracias a eso he sacado mis propias conclusiones de rata. En concreto estos días me preocupan las colas. Recuerdo a la gente que vivía en los países del telón de acero. Me parecían grises y resignados, hacían colas para comprar el pan, para solicitar un papel, para ponerse en la lista de viviendas subvencionadas, para casi todo tenían una cola. Era una enorme fila de personas sin color que ya no creían en su individualidad, que esperaban con infinita resignación que la cola avanzara un puesto y les fuera concedido lo que estaban pidiendo. Sé que como rata de laboratorio que soy, mi imagen es parcial, errónea y seguro que condicionada por mi propio laberinto, pero es la que tengo y es la que utilizo. De hecho no puedo evitar la asociación de colas cada vez más largas y decaídas con la desaparición del muro de Berlín. Digamos que tengo la sensación de que cuando las colas se hicieron ubicuas la gente ordinaria encontró sus límites y dejó de ser gris. Por eso en cuestión de días cambiaron el experimento en el que estaban viviendo y se pasaron al nuestro, al capitalismo. Así que desde ese día, somos muchas más ratas las que estamos en este laberinto y por eso cuando veo las colas me asusto un poco. Porque ahora cada día que pasa veo, en nuestro mundo, más gente gris que tiene que esperar para cualquier cosa. De una manera sutil y a menudo virtual, pero con la misma resignación que veía en las personas del este de Europa hace no muchos años. Las empresas han decidido que el cliente es una molestia. Los bancos cierran las ventanillas de atención al público y te hacen esperar en colas desordenadas donde no existe la posibilidad de queja. Los números novecientos dos, establecen colas virtuales mientras una máquina te aburre y encima tienes que pagar por ello. Nuestro experimento está llegando al límite porque ni siquiera en los países del otro lado del telón te cobraban por hacerte esperar. Sé que es un análisis de rata, pero las ratas somos los únicos animales que sabemos cuando se va a hundir un barco. La intuición nos avisa, de que los muros, por muy sólidos que parezcan siempre terminan cayendo y que los experimentos, aunque parezcan la vida, son sólo eso, experimentos. Soy una rata en una cola, no espero nada, pero estoy nervioso. Todavía me ponen la comida en el otro extremo pero las cosas se están poniendo grises, opacas y no hay ningún sitio donde escapar. Quizás es que el barco hace aguas, quizás es que soy un animal y no me entero de nada. Quizás.

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