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Nadir

Los patos catedralicios

Como uno es medio tarado, andaba desorientadito perdido con el crimen de los patos del estanque de la Catedral de La Laguna. No me entraba en la cabeza que, si al final resulta que fueron vilmente asesinados a dentelladas por un par de perros, las primeras inspecciones apuntaran a que los bichos habían muerto envenenados. "Por finos que tuvieran los colmillos los perros, muy normal no es que los patos perecieran de esa forma sin que se les moviera una pluma", me decía yo, lleno de intriga. Es un suponer, pero no me negarán que, a menos que vieran venir a los canes con las fauces abiertas y fallecieran todos a la vez y de un infarto, lo lógico habría sido que, aunque sea, los patos hubieran presentado un aspecto medianamente espelusado o hubiera aparecido algún fisquito de sangre por alguna parte. ¿Qué clase de aleación de plumas le habían encasquetado a esas criaturitas?

Sin embargo, según fuentes bien informadas, parece ser que los perros, con premeditación y alevosía, y para no dejar huellas, se metieron sigilosamente en el agua, con el expreso objetivo de acabar con la vida de los patos. Aprovechando que éstos andaban con el pico bajo el ala y en pleno descanso, se acercaron a ellos con los colmillos protegidos por un guante o cualquier otra prenda de blando material y apretaron sus níveos cuellos hasta asfixiarlos. Después, cumplido su único y criminal propósito -por otra parte muy en línea con los instintos naturales de su especie, que de todos es sabido que mata por matar- se retiraran por esas calles arriba hasta perderse de nuevo en la noche. Ni que decir tiene que el principal interés de los perros era disponer de una piscina privada en la que ir a nadar todas las noches (siguiendo las doctrinas combinadas del feng shui y la metrosexualidad) sin que les importunasen los molestos ocupantes de toda la vida. Es decir, los propios patos que, claramente, debían de ser titulares de algún tipo de renta antigua, con lo que disfrutaban de semejantes privilegios en el noble casco lagunero sin venir a cuento para nada. O algo así.

De todas formas, por mucho CSI que hayan visto los perros (¡qué daño ha hecho la tele!) no me acaba de cuadrar el modus operandi. Muy limpitos veo yo a los perros o muy tollos a los investigadores ¿qué quieren que les diga? Y muy lentos a los patos, coño, que también se podría haber movido alguno, para escapar y servir de testigo, no sé para qué querrán ellos las alas. Y que eran once contra dos, joder, qué menos que cagarle encima a alguno de los agresores para dejar alguna prueba. No sé, un poquito de dignidad. También es que anda uno con la mosca detrás de la oreja porque como hay quien dice que, además de los de los perros, había más oscuros intereses que deseaban la muerte prematura de los patos catedralicios, pues eso. Oiga, que los perros eran dos. Dos. ¿No les dice eso nada? Justamente, los mismos que el número de acusadas de alegrarse del luctuoso suceso. ¿No le parece obvio, Watson?.

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