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Nadir

Marisa y el mar

Marisa leía cuentos al mar.
Todas las tardes al salir del trabajo, Marisa se dirigía al
rompeolas, y desde allí apoyada en una piedra, le leía al mar sus
cuentos. Cuentos de sueños y viajes, cuentos de amores y tragedias,
cuentos que el mar acompañaba con el sonido de las olas, con el ritmo
de las mareas, con la espuma y las gotas de agua.
Todo empezó el día que Marisa, se encontraba en el rompeolas
leyendo un libro. Pensó que sería bonito hacerlo en voz alta, porque de
esa manera los cuentos se aprecian de otra manera, parece que se viven
y no sólo se leen. Cual sería su sorpresa al descubrir que a los pocos
minutos, el mar se apaciguaba, y las olas se acercaban a escucharla.
Podía ser una sensación suya, pero pensó que estaba aburrido, que
nadie le hablaba, que quería oír historias. Al fin y al cabo el mar oía
retazos de historias, de la gente que paseaba por las playas, o por el
propio rompeolas, pero nadie se dirigía a él para hablarle, para contarle
historias completas y lo más importante para contarle historias
imaginadas, de mundos donde quizás el mar se enamora de una sirena,
o donde el lenguaje del mar permite comunicarse con otros planetas, o
quizás aquél tan bonito, donde un mar y su amada laguna, se juran
amor eterno bajo la luna.
Ahora, mucho tiempo después de ese día, el mar reconoce a
Marisa y la saluda cuando aparece por el rompeolas, y una ola
sonriente la acompaña en su recorrido hasta la última piedra del
rompeolas, donde se sienta para estar rodeada por un mar atento a sus
palabras. En ese momento el mar pierde la atención en otras cosas, y se
centra en el cuento que escucha de la boca de Marisa. Conforme las
palabras van creando emociones, el mar responde y se encrespa cuando
esta nervioso porque el protagonista tiene miedo, o se calma si el
personaje duerme, se retira cuando el cuento acaba, o se transforma en
un mar embravecido, cuando alguien quiere hacer daño a un niño o un
personaje querido.
Por eso, en el pueblo le piden a Marisa, que en la época de pesca,
cuente cuentos tranquilos, para que los hombres que salen a pescar
sepan que el mar esta contento, sepan que el mar sueña con cuentos
bonitos, de final feliz y que por ello les arrullará en sus barcos, y les
permitirá tender las redes, para capturar la comida, que en esos
momentos también escucha el cuento, a través del mar.
Una vez Marisa, se puso enferma y estuvo casi un mes sin ir a
contarle cuentos al mar. Éste se sintió olvidado, y poco a poco fue
poniéndose nervioso, hasta que un día decidió ir a buscarla, y juntando
todas sus fuerzas saltó por encima del rompeolas, y avanzó por la
ciudad golpeando en las puertas de las casas y preguntando por
Marisa. Finalmente la encontró, pero la vio durmiendo, febril y
comprendió de inmediato por lo que decidió retirarse después de pedir
disculpas por su enfado y llamar a su amiga la lluvia, para que
arrullase a Marisa golpeando en las ventanas con un ritmo suave, para
que se cure y para que sueñe con nuevos cuentos. Fue la peor tormenta
que se recuerda en el pueblo, casi sería mejor decir que fue un
maremoto, pero todos comprendieron que el mar, como un niño
abandonado sólo estaba buscando Marisa, y por ello nadie se enfadó, a
pesar de algunos destrozos que dejo en el pueblo, al pisar, cual si fuera
un gigante, en las calles de un pueblo construido a escala humana y no
a escala del mar.
Pero el pueblo aprendió, y le dijo a Marisa, que cuando se
ausentara, por favor le dijera al mar donde iba, para que éste, tranquilo,
la esperara paciente o la buscara en otras costas donde podía seguir
escuchándola. Porque todo los mares hablaban entre sí, y a través de
las olas, los cuentos pasaban de mar a mar, de océano a océano y
Marisa de esta manera solo necesitaba sentarse en la orilla de cualquier
mar, para hablar con su mar.
No todos los mares y océanos respondían igual a sus cuentos.
Marisa descubrió que su mar, estaba tranquilo con las historias de
amor, y que amaba y se arrullaba bajo las historias de sueños. Sin
embargo algunos mares hacían lo contrario o permanecían indiferentes
y solo querían oír historias de terror y miedo. Por eso Marisa, no
siempre sabía el efecto del cuento en otros mares y a veces grandes
tormentas se desataban, en alguna parte del mundo, debido a cuentos
de niños, con los que su mar dormía plácidamente.
Poco a poco, Marisa fue envejeciendo, y le costaba mas trabajo
acercarse al rompeolas, por eso a veces un pájaro de mar, un albatros,
una gaviota, se acercaba hasta ella y la escuchaba y luego iba
presuroso hasta el mar, donde lo relataba de memoria sin saltarse una
palabra, y aunque el mar echaba de menos la voz de Marisa, al menos
podía oír sus cuentos y contestarle con grandes olas, para que ella
pudiera verlas desde la lejanía, que el cuento le gustó, y que la esperaba
paciente para cuando pudiera venir.
Cuando Marisa supo que se estaba muriendo, pidió que la
acercaran al rompeolas y que la dejaran sola, allí cerca de la piedra
desde donde durante tantos años, le contó cuentos al mar. Sentada en
una silla de ruedas, casi sin fuerzas para hablar, el mar permanecía en
silencio, ni una sola ola, se atrevía a moverse para poder escuchar a la
anciana, que le dijo que iba a morir muy pronto, que nunca más podría
hablarle. El mar estaba atónito, no podía creerlo. El no podría vivir sin
esa voz. Un murmullo de excitación recorrió el mar, desde uno a otro
confín. La noticia se extendió como una gran mancha y por primera vez
todos los mares y océanos del mundo reaccionaron de la misma
manera. Por un instante que pudo durar minutos, pero también horas
todos las aguas del mundo, todas las criaturas vivientes del mar, así
como la lluvia y el viento en solidaridad con su amigo el mar,
permanecieron mudos, permanecieron petrificados como si hubiesen
perdido el aliento vital. Pero al cabo de un tiempo los mares se
despertaron y dialogaron entre sí, y el murmullo subió de tono al ritmo
de las discusiones sobre como afrontar este tremendo problema. Todos
estaban interesados y por eso las discusiones duraron mucho tiempo,
hasta que finalmente llegaron a una conclusión. Le harían una
propuesta a Marisa.
Marisa esperaba en su silla de ruedas. Ella entendía vagamente el
lenguaje del mar, pero sabía que hoy lo entendería mejor que nunca.
Durante toda su vida había formado al mar con cuentos, con leyendas,
con relatos y era el momento de que el mar hiciese memoria y
recordase, y por eso, ella esperaba que le permitiera crear su última
leyenda.
Finalmente el mar se dirigió a ella, y con respeto reverencial, le
hizo la propuesta que habían estado debatiendo. Se la hizo con miedo,
porque sabía que era difícil de aceptar, pero consciente de que era la
mejor solución para todos. Ella lo escuchó, miró al mar, a la espuma
que forman las olas, a los pájaros que lo acompañan y los peces que lo
pueblan y con una sonrisa velada en la boca le dijo que sí. Aceptaba la
propuesta y estaba preparada.
Ese día, forma parte de la leyenda que circula en el pueblo. El
cielo se nubló súbitamente, la lluvia surgió de las entrañas del cielo, y
el mar se encrespó como nunca lo había hecho antes. Los
acompañantes de Marisa no supieron reaccionar a tiempo. Fue todo
muy rápido. De pronto una ola, surgió por el final de rompeolas, y cogió
a Marisa y se la llevó con él. Cuentan los presentes que Marisa, lejos de
aparentar miedo, la esperaba con los brazos extendidos como si
quisiera irse con ella.
La leyenda dice, que ahora Marisa cuenta los cuentos desde el propio
mar, y sus habitantes se reúnen cerca de ella para oírla y poder
contarlo, y algún pescador cree haber visto cientos de peces de especies
diferentes, en círculos, como si estuvieran atentos a un espectáculo.
También se puede, a veces, en las noches de calma, acercarse a las
orillas de los mares y dejarse mecer por un murmullo, que muchos
sospechan, son los cuentos de Marisa, leídos en el lenguaje del mar,
que no entendemos pero reconocemos. Y por eso a todos nos gusta oír
el mar, tanto cuando nos cuenta historias plácidas de amor, como
cuando son violentas historias de tormentas y olas. Porque todos
reconocemos las palabras de Marisa en esos lejanos ruidos y nos
sentimos tan atrapados en él como el mar lo estaba de Marisa, antes de
que se unieran eternamente para garantizar que el mar y los hombres
tendrían siempre sus relatos.

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