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Nadir

Manos y almohadas

Dormir rodeado de una mano amiga es una de esas cosas que todo el mundo busca a lo largo de la vida. Sentir un cuerpo a tu lado, saber que no estas sólo en la noche puede ser la diferencia entre la felicidad y la angustia vital. Las camas cada día son más amplias, pero sin embargo las ocupan menos personas. Curioso destino el de las camas, al contrario que el de las casas, que cada día son más pequeñas pero tienden a ser compartidas por multitudes que sólo aspiran a guarecerse de la lluvia en su interior. El colchón por lo tanto sigue siendo el territorio individual donde nos sumergimos para esperar la noche y escapar de las pesadillas. Pero las pesadillas vienen y entonces buscamos esa mano amiga que nos tranquilice y nos diga que todo es un sueño, que nuestra vida es correcta, que la felicidad nos rodea aunque a veces no la veamos. En fin que en cierto modo seguimos siendo niños y cuando nos acostamos nos gusta que nos cuenten cuentos, historias felices que nos ayuden a luchar contra esas pesadillas que no hay manera de borrar de nuestro disco duro cerebral. Pero resulta que en nuestras camas grandes no hay manos amigas, allí lo único que abunda es la soledad y las almohadas. La soledad, compañera habitual, nos rodea como grumos en la sopa de nuestra vida y quizás por eso nos dedicamos a transformar el mundo de las almohadas con el mismo ahínco con el que un topo hace agujeros en el suelo. Porque el lugar donde apoyamos la cabeza para dormir no ha sido ajeno al proceso de cambio que ha trasformado nuestras vidas en los últimos años. Hace un tiempo, las camas de matrimonio disponían de una almohada grande, gigante en algunos casos, una especie de morcilla diseñada para que dos personas pudieran nadar en sus sueños y pesadillas de pareja. Esas piezas de goma espuma se convertían en vasos comunicantes de pensamientos o en objeto de deseo y lucha por parte de alguna de las partes. Pero ahora todo ha cambiado, las almohadas son individuales e intransferibles. Se venden de diferentes formas y grosores para que cada cabeza encuentre el punto justo de su descanso. Resulta curioso, las camas se hacen grandes, las almohadas se individualizan y a la misma vez la soledad sustituye a las parejas que peleaban por su morcilla de tela. El caso es que ahora por lo menos podemos elegir el material de la almohada, para evitar alergias, su forma para que los cervicales descansen sin dolor e incluso el número de ellas. El mundo de las almohadas se ha expandido ocupando en las camas el lugar del acompañante. Así que es lógico que una empresa haya diseñado una almohada de la cual cuelga un brazo amoroso de peluche. Una mano amiga que no ronca y a la que podemos abrazarnos cuando las pesadillas se empeñen en visitarnos. Camas grandes rodeadas de grumos de soledad y almohadas que nos abrazan parecen ser nuestro futuro. Futuro que también parece llegar a los nuevos móviles de tercera generación. Algunas compañías ya ofrecen el servicio de novia virtual gracias a las nuevas tecnologías de video portátil. Al parecer por una cuota mensual podemos acceder a imágenes de nuestra amiga, llamadas amorosas sintetizadas por ordenador e incluso una suegra que se interese por lo que comemos y que nos llame a horas intempestivas. No puedo evitar refugiarme en las almohadas cuando leo estas noticias, aunque ahora tengo un poco de miedo de que a la mía le salga una mano de una esquina y me agarre por el cuello y trate de ahogarme cuando esté durmiendo. La soledad invade las camas gigantes, pero a nadie le importa porque tenemos la solución en nuestras manos. Nunca mejor dicho, ya que ahora hasta salen de las almohadas como si fueran cuernos emocionales.

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