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Nadir

Monstruos

Es un poco extraño pero echo de menos a los monstruos que me daban miedo en la infancia. Echo de menos asustarme por una película o quedarme sin dormir ante la espeluznante visión de un engendro de cartón piedra.
La vida es más sencilla cuando el miedo te lo producen cosas tan irreales como la televisión o el cine. Las pesadillas se diluyen en los brazos de una madre de carne y hueso que se acerca a tu lado y te acuna en su regazo. Ningún monstruo puede con la realidad y por eso el miedo forma parte de otro mundo, de un territorio habitado por monstruos y quimeras que se alojan en nuestras cabezas. Y eso es bueno, porque sabes que si estás despierto los monstruos no pueden hacerte nada.
Claro que luego cae la noche y cierras los ojos y el cerebro se puebla con esos seres deformes que hacen que te despiertes sudando. El caso es que durante muchos años tuve que luchar contra la oscuridad para no ser invadido por esos seres de pesadilla que habitaban en mi cabeza. Durante muchos años no pude ver una película de miedo porque entonces, por las noches, cualquier objeto de mi habitación se convertía en un monstruo que quería arrastrarme a su mundo.
Por eso me gustaba escuchar a mis padres charlando en el comedor, por eso me encantaba ver el resplandor de las luces a través del cristal esmerilado de mi puerta, porque el mundo real espantaba a los monstruos. La luz y la realidad eran los mejores antídotos contra esas imágenes falsas que me parecían tan reales por las noches. Pero ahora echo de menos a los monstruos porque gracias a ellos vivía en dos mundos distintos.
De un tiempo a esta parte cuando veo una película de terror me doy cuenta que todo es de cartón piedra, que la sangre es falsa y los personajes son actores haciendo su trabajo lo mejor que pueden. Pero eso no es lo peor, lo peor es que ahora de lo que tengo miedo es del mundo real. Me he dado cuenta de que los monstruos no son seres deformes que te pueden atacar por las noches, sino que su apariencia es muy normal y te pueden morder a cualquier hora. No hay ninguna madre que te pueda proteger de esos miedos, ninguna luz que haga desaparecer los miedos, ningún sonido protector que te serene como cuando era un niño. Así que ahora sigo teniendo dos mundo, pero el que está en mi cabeza se ha convertido en un refugio donde esconderme cuando me siento atacado por el real. Los monstruos de mi infancia se han convertido en mis amigos y me dejan jugar con ellos.
Cuando cierro los ojos, ellos vienen a mi encuentro y nos abrazamos como viejos amigos y entonces el mundo exterior no puede penetrar y me siento tranquilo. Y eso está bien, porque es agradable saber que uno se ha convertido en adulto, pero hay días en que echo de menos ese miedo imaginario que tenía cuando era un niño. Hay momentos que añoro la seguridad que me daban las personas reales, el calor de una madre junto a mi cama, la claridad de la luz a través de un cristal esmerilado.
Quizás es que ha llegado el momento en que sea yo el que se siente junto a la almohada de un niño y cuide sus pesadillas. Quizás ha llegado el momento de dejar que mis monstruos pueblen los sueños de otras personas, quizás la vida no es más que eso, una transferencia de monstruos de ficción entre distintas generaciones.
A lo mejor la evolución consiste en esquivar la realidad, en vivir en el interior de nuestra imaginación y prepararnos sin riesgo para esa realidad que nos estará esperando al final del camino. Puede ser, pero cada día que pasa, añoro más mis propios monstruos.

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