Blogia
Nadir

A tope SIN

La nueva guía espiritual de Occidente se despliega a lo grande en las vallas publicitarias. En ausencia de esos prontuarios del jovial consumo, las personas contemporáneas no sabríamos qué beber, qué coche comprarnos, qué hacer con nuestras vidas a todas horas, cómo preparar la col lombarda para los amigos, o con qué compañía telefónica decir "te quiero tronqui" el día de San Valentín. Menos mal que nos lo explican todo clarito y así da gusto ser urbanícolas del siglo veintiuno.
O no tanto gusto porque, después de despejar la incógnita del mensaje publicitario, el resultado es que menos es más, mucho más, y SIN es la contraseña. Todo es SIN. Los refrescos son sin cafeína o sin azúcar o, rizando el rizo, sin ambos. Los yogures desnatados obran, como su propio nombre indica, sin nata, la leche viene sin materia grasa, la margarina sin colesterol, el pan sin sal, el bitter y la cerveza sin alcohol, la gasolina sin plomo, los cigarrillos sin nicotina ni alquitrán ni cigarrillos, el café descafeinado... Hasta el uranio te lo sirven ahora sin uranio, empobrecido él, hecho un asco. No importa que las vacas sean laboratorios clandestinos de clembuterol, anilina y priones chungos, que los pollos tengan gripe aviar, o los cerdos peste porcina, que es lo suyo de ambos, o los peces de la mar salada metales pesados y derivados del petróleo, o que el marisco rezume amoniaco, acetona y materiales de deshecho (ver el contenido de los emisarios submarinos). Da lo mismo que a todo le metan conservantes, edulcorantes y colorantes artificiales. El caso es vendernos el patín de la privación. Lo suyo es SIN. A tope SIN (sin drogas y sin lo que sea). Venga.
Estamos en una era exenta. En esta Europa sin fronteras llena de funcionarios congelados como rodajas de merluza, de contratos-basura y de emigrantes sin papeles, las parejitas sin hijos se compran los electrodomésticos a pagar en tres meses sin intereses. Nuestros mayores alcanzan la madurez sin arrugas y sin canas (y a lo mejor también sin pensión de jubilación, tiempo al tiempo). Celebramos el día sin coche como ecologistas de ciudad, aunque eso no cambie en nada el fino monóxido que nos ventilamos. Vivimos publicitariamente acosados de cuerpos sin vello ni moles ni bemoles, ni adiposidad de ninguna clase, ni olores corporales, ni contextura humana siquiera, que nos recuerdan inmisericordes todo lo que nos sobra a quienes no somos dioses. Damos besos sin lengua. Practicamos sexo seguro, aséptico, muy muy profiláctico. Ni son ni sobre ni tras: sólo sin, a secas. En fin, un aburrimiento que perdona, oíste.
Qué tiempos aquéllos cuando había que hervir la leche con sus dos dedos de nata y los polvos traían cola, en la resolución de un sano crecimiento demográfico que nos libraba de todos las futuras calamidades. Menos mal, menos mal que ya llega la primavera, con su cortejo de pólenes y de savia y de apareamientos, menos mal que ya llega a despiporrarnos er body, que falta nos hace a todos. Y de una puta vez.

0 comentarios