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Nadir

Macrobotellon

Mi patético proceso de puretización avanza implacablemente y quizás una de sus consecuencias -confío en que sea la peor: una confianza ingenua, desde luego- es el asco por la fiebre de los macrobotellones. La puretización -debe de ser eso- te obliga a contemplar con escasísima simpatía esa concentración de pibes y pibas que se dedican a mezclar bebidas alcohólicas, a reírse y a chillar y a poner el volumen de sus aparatos de radio a la máxima potencia en plena calle. En los tiempos de AP (Antes de la Puretización) quizás uno era tan imbécil como para entender el botellón como un ejercicio de las libertades de expresión y de reunión o como un peldaño más en la evolución del ser humano. Ahora, en la era DP (Después de la Puretización), el botellón se me antoja una explosión de idiotez colectiva, aunque nimbada por el irrepetible encanto de la juventud. El pretexto inicial del botellón se basaba en argumentos económicos: las bebidas eran muy caras y salía más barato adquirir alcohol y gaseosas en tiendas y gasolineras a partir de una vaquita solidaria y tal. Un argumento sospechoso, porque los adolescentes de los años setenta disponíamos de perras tan escasas como los heraldos del nuevo milenio, y encontrábamos siempre la forma de empeduzarnos debidamente, y si había que empezar (y a veces acabar) con el vino con vino de Artillería, pues se hacía y punto. En todo caso la apología economicista del botellón resulta inverosímil. El botellón es un nuevo estilo de relación social entre la pibada y tiene escaso contacto con los precios de las bebidas alcohólicas y la oferta de bares y pubs, y aunque uno lea divertidos artículos y hasta sesudos ensayos que le otorgan la cualidad de un enriquecedor rasgo antropológico, no deja de ser un modelo de diversión abusivo, entrometido y caro.
Los anónimos convocantes de los macrobotellones no se preocupan por organizar sistemas de seguridad, ni garantizan que los orines y residuos de las francachelas callejeras sean eliminados al amanecer, ni vigilan el volumen de sonido atronador que alcanzan las radios y los reproductores de música. Que se encarguen de tan prosaicos menesteres la Guardia Civil, la Policía Nacional y los servicios de limpieza municipal. No es asunto de ellos. Es asunto de funcionarios públicos que deben desatender sus obligaciones y deberes cotidianos para soportar a pibes borrachos como cubas, reprimir broncas y realizar controles de alcoholemia, a cuenta de los recursos presupuestarios públicos. Es muy, muy divertido.

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