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Nadir

Vestido o disfraz

Desde que vi la foto en la que aparecía la vicepresidenta del Gobierno con el mismo atavío de las mujeres africanas con las que celebró el Día de la Mujer estaba esperando la ridiculización correspondiente de algún zafio o zafia de la derecha salvaje. Y ayer llegó lo que esperaba: Eduardo Zaplana, el más caracterizado portavoz de la derecha excesiva, o derecha yuyu, al que no veremos nunca en tierra de pobres porque gusta de broncearse en los paraísos fiscales en los que retribuye a Julio Iglesias, se mostró burlón ante el vestido de la vicepresidenta en el mundo deprimido. Este experto en indumentaria, tan abierto a otras culturas que llama disfraz con desprecio a los trajes étnicos, estaba hasta ahora demasiado ocupado en la indignidad de sus maniobras y estrategias de las insidias de demócrata dudoso y conspirador profesional como para ocuparse de los vestidos. Quizá hubiera preferido a la vicepresidenta en la foto de un paseo en el Rolls Royce de la corrupción de algún alcalde de los suyos; con unas gafas de sol, tipo Carlos Fabra, o entrando en la cárcel como su correligionaria de Telde, en Gran Canaria. No creo que aspirara a verla disfrazada de Zaplana, de quien algunos pronostican que llegara el día en que vista su verdadero traje, porque en un ámbito puramente estético, sin entrar en la ética, semejante disfraz de reconvertido en pijo acabaría con la fama de buen gusto del que, por lo general, goza Fernández de la Vega. A la vicepresidenta le bastó con mostrar su orgullo de haber representado a las españolas entre las mujeres africanas que necesitan su apoyo y demostrar así cómo una vicepresidenta viste mejor de tal cuando está donde debe. Luego fue muy gráfica: dijo preferir esa foto de paz a la famosa foto bélica de las Azores. Benévolas, sin embargo, estuvieron las mujeres socialistas al llamar a Zaplana misógino; la misoginia es a veces tan sólo una consecuencia más de la estulticia. Pero si lo hemos visto reírse mientras hablaba una víctima de una masacre, qué no se podrá esperar de un cabrón de éste calibre.

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