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Nadir

Cuchillos

Una vez me detuvieron en el control de seguridad de un aeropuerto. Un guardia civil aseguraba que llevaba un puñal en el bolsillo de la cazadora. Yo le dije que era imposible, pero él se empeñó en registrar esa prenda y para mi sorpresa extrajo un cuchillo de comer pescado.
Estaba en un bolsillo con cremallera que habitualmente no utilizaba y el utensilio se encontraba todavía envuelto en un plástico hermético. Al principio me parecía absurdo que un cuchillo de pescado estuviese en mi cazadora, pero después de unos segundos recordé que lo había recibido con el ejemplar de un periódico que durante un tiempo estuvo regalando una cubertería pieza a pieza. Le dije al guardia que me disculpara, pero él me miraba como si fuera un terrorista y estuviera a punto de secuestrar el avión a golpe de pescado.
Durante unos segundos tuve miedo, me imaginaba a mí mismo detenido junto con la bolsa que tenía el arma homicida. Por mi mente pasaron las peores imágenes de cárceles y torturas, así que le dije al guardia que se lo podía quedar, que no me había dado cuenta que lo llevaba, que no lo quería. El agente sopesaba el cuchillo con el gesto experto del que está acostumbrado a valorar el riesgo de atentados o secuestros. Me miró y entonces me lo devolvió diciendo que no importaba, que me lo podía llevar, que me marchara.
Yo insistí en que por favor se lo quedara, que a mí me podía dar problemas en otro control y la verdad es que no quería para nada ese cuchillo. Es más le juré que no me gustaba el pescado, que todo era un error, pero el hombre fue inflexible y me obligó a quedarme con él. Crucé el control y cuando me senté en la sala de espera, no sabía si sentirme aliviado o indignado. Me cabreaba que ni siquiera hubiese considerado la posibilidad de que yo fuera un terrorista. Había sido evaluado como un pobre diablo con un cuchillo de pescado. Estaba tan frustrado que me entraban ganas de sacar el cuchillo en medio del vuelo y destripar a algún besugo que hubiese en el menú.
Claro que por esa época en los aviones ya no daban comidas, así que al final lo tiré en una papelera antes de embarcar. Había estado a punto de vivir una gran aventura, pero no había dado la talla como terrorista potencial. Mi viaje continuó sin problemas hasta que a la vuelta de nuevo un guardia me dijo que tenía que revisar mi equipaje.
Esta vez ya no me hizo tanta gracia, ahora estaba seguro que no llevaba ningún cuchillo. Además estaba cansado y no me apetecía ser registrado. El caso es que tuve que abrir la maleta y sacar mi neceser para enseñarle las tijeras que utilizaba para cortarme las uñas de los pies. Me sentía como un idiota enseñando mis intimidades a varios guardias civiles, que volvieron a evaluar el instrumento para determinar su peligrosidad potencial.
Esta vez el veredicto fue que tenía que dejarlas en tierra. Por lo visto en esa ocasión sí tenía pinta de malo, pero yo no quería disfrutar de mi triunfo, los alicates de podólogo me habían costado un montón de euros y no me apetecía perderlos. Se lo expliqué al agente, pero fue inflexible en su decisión, las tijeras eran un peligro y yo también, aunque lo segundo no lo dijo, claro.
Así que nunca más cortaré las uñas de mis pies con esas alicates, pero como soy un tipo duro puedo hacerlo con los dientes. El caso es que en el próximo viaje tengo que traer una cuchara y estoy un poco asustado.
Tengo que acordarme de facturarlas porque las cucharas son armas peligrosas, sobre todo en manos de un niño cuando come su papilla. Otra idea es hacerme en la nariz un piercing con la cuchara.

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