Mascaritas y Carnavalajes
Cada cual vive el Carnaval a su manera. Faltaba más. Podríamos decir que existen tantas formas de Carnaval como número de carnavaleros (o detractores). Sin embargo, si aplicamos la propiedad asociativa de la Teoría de Conjuntos a las Carnestolendas, también podríamos concluir que existen ciertas formas de paisanaje festivo o carnavalaje. No me voy a entretener haciendo una descripción taxonómica de las especies urbanas del Carnaval, sino que más bien me gustaría hacer memoria de ese carnavalaje interior por el que pasa a lo largo de su vida todo espíritu humano, un carnavalaje que se ha ido deteriorando, como la fiesta. En los últimos veinte años, el Carnaval de Santa Cruz ha sufrido una absurda transformación de su idea original provocada por la tozudez de algunos por convertir la fiesta en esa pamplina de la más segura del mundo, la hermana menor de Brasil y toda esa palabrería tonta y hueca; una forma más de promocionar al exterior otro producto que no es autóctono. De este modo, el Carnaval de Santa Cruz se ha convertido en un gran escaparate, en una macrofiesta de disfraces sosa y aburrida, en la que no cabe ya esa mascarita de antaño que salía a la calle a vacilar. Porque uno echa de menos ese disfraz de fabricación casera que nos hacíamos para vacilar y que asumíamos hasta las últimas consecuencias artísticas. Recuerdo que un año los colegas del instituto no teníamos ganas de hacernos disfraz y nos pusimos el esmoquin de fin de año, unas gafas negras y los auriculares del walkman y bajamos a Santa Cruz en plan guardaespaldas de un gordo millonario, papel que le venía que ni pintado a uno del grupo. Tomamos Santa Cruz al asalto en plan Bill Clinton y hasta la municipal nos hizo el pasillo. Porque no hay nada más triste en un Carnaval que ver a Drácula acodado en un kiosco, aburrido y borracho, con las posibilidades artísticas y amorosas que adquieren una capa y unos afilados colmillos. El Carnaval popular se perdió desde el momento en que a un lumbreras del consistorio se le ocurrió sacar el motivo del Carnaval (este año va de tribus). Con lo cual llegamos a la institucionalización de la idea, que es lo peor que le puede pasar a una idea pero, sobre todo, al Carnaval, fiesta espontánea e irracional por naturaleza. Por mor de una falaz propaganda política, el Carnaval de Santa Cruz se ha convertido en un producto precocinado: los propios actos del carnaval se sirven enlatados, en ese gran contenedor arquitectónico que es el Recinto Ferial. El Carnaval da grima. Por eso el otro día se me saltaron las lágrimas al ver a un carnavalero de raza metido en un disfraz de andar por casa con el que animaba a las transeúntes a hacerse una mamografía. Un disfraz basto y sencillo, hecho con una caja de cartón y un letrero escrito a mano que rezaba "poner las tetas aquí encima". ¡Viva el Carnavalaje y la garimba fria!
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