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Nadir

Tate quieto chacho

No hay derecho. ¿A quién se le ocurrió retirar la música en los alrededores de la cafetería El Águila y prohibir el paso de carrozas y coches engalanados en las calles de toda la vida? Bruno, yo piqué, y creí que eras un pibe enrollado, y no solo el nuevo sex symbol de las murgueras. Y ahora nos haces esto. Es una cuestión de caridad cristiana. Como la gente no encuentra música ni copas en las inmediaciones de la plaza del Chicharro, pues se dirigen ineluctablemente hacia la plaza de España y las desembocaduras de la calle San José y Villalba Hervás, un santo y un republicano en una única maceta donde se agolpan miles de personas sin medio metro cuadrado para bailar, cantar, beber, fumar y vacilar y tal. En la madrugada del lunes conocí el caso, y dudo que sea el único, de un chico que se quedó dormido, roncando la borrachera y con un feliz hilo de baba mojándole el pecho, y la concentración humana era tan densa a su alrededor que no se cayó al suelo. Siguió dormido y de pie, sostenido involuntariamente por sus alegres convecinos, mientras sonaban una y otra vez las K-narias. Lo descubrí gracias a una amiga que me lo señaló, entusiasmada: "¡Mira, mira, mira ese disfrazado de dormido, qué chulo!". Cuando entre codazos me acerqué para felicitarlo descubrí que no, que estaba dormido de veras, sujetado inconscientemente por un tipo disfrazado de Meléndez Hevia ("¿quieres un porvito, quieres un porvito?", le preguntaba entre alaridos a cualquier mujer situada en un radio de diez metros) y otro sujeto vestido de pirata con barbas empapadas en cubalibre que cantaba loas transidas de admiración a Ignacio González. No se deslizó hasta el asfalto hasta las siete y media de la mañana, cuando la gente comenzó a retirarse lentamente y le hizo un hueco.
Así no se puede seguir. O para ser más precisos, así no se puede sino seguir hasta la plaza de España y sufrir como perejil tras un aguacero. Es incomprensible el pudor acústico que le ha entrado a la Concejalía de Fiestas, después de la victoria judicial obtenida pocos días antes de que estallase la fiesta en la calle. Porque cabe sospechar que los vecinos que protestaron en los juzgados y en los medios de comunicación no van a agradecer particularmente esta prueba de buena voluntad de la corporación santacrucera. Más bien puede intuirse lo contrario: el año que viene insistirán de nuevo -y con perfecta legitimidad: quién lo duda- en sus hiperbólicas reivindicaciones. Uno es partidario del diálogo y las concesiones mutuas, pero antes o después. No dormidos.

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