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Nadir

Caricaturas y embajadas

Yo le hago una caricatura a su Dios. Es una caricatura de mal gusto, ordinaria, estúpida y, desde su punto de vista, claramente ofensiva hacia sus creencias religiosas. Y entonces usted quema oficinas entre alaridos clamando venganza, pide mi cabeza, escupe sobre mis dibujos y, si puede, me mata.
Me mata con una bomba, con una pistola, con un hacha o a pedradas.
Recuerdo cuando se dictó la fatwa contra Salman Rushdie: todos sentimos perplejidad, irritación, indignación. Naturalmente que alzaron la voz algunos gaznápiros que le afearon la conducta al novelista, pero fueron rápidamente acallados por la mayoría. Todavía el miedo no nos calaba en los huesos lo suficiente como para olvidar que ninguna creencia, ningún prejuicio, ninguna peligrosa certeza política, religiosa o ideológica valía más que la vida de un hombre y el derecho a expresarse libremente. Y que en el peor de los casos los límites a su libertad de expresión no están en las manos asesinas de los fanáticos, sino en las leyes, en los tribunales, en las sentencias judiciales, en los espacios públicos en los que se contrastan y enfrentan argumentos racionales, derechos y deberes, ideologías y sensibilidades.
Han pasado quince años. Y han sido para peor. Falta muy poco, tal y como nos advierte el maestro Arcadi Espada, para que responsabilicemos a los caricaturistas de las oficinas diplomáticas carbonizadas, de las manifestaciones de odio exterminador y de los muertos en Afganistán, Líbano y Somalia. Simplemente tenemos miedo a que nos maten, nos quemen, nos secuestren, nos pongan bombas, nos maldigan para siempre. En quince años Occidente no ha entendido nada y ha practicado con los países islámicos la misma estrategia política y militar de siempre: la invasión, el estrangulamiento financiero y comercial, el fortalecimiento de las alianzas con los regímenes más corruptos y odiosos de la región, el deliberado y cruel empantanamiento del conflicto palestino-israelí. Los grandes éxitos de esta estrategia están a la vista: se llaman Afganistán, Irán, Irak. Y, ahora, Hamas en Palestina. Hemos exacerbado el nacionalismo, el populismo, el integrismo religioso. Quizás no puedan ganar definitivamente la partida. Pero pueden resistir en una guerra interminable en sus países y ciudades y pueden seguir matando a través de sus hermanos en la fe desperdigados por Europa y Norteamérica. Cuando se nos pide respeto a las creencias religiosas, cuando se critica agriamente las malditas caricaturas, que son efectivamente unas malas y malignas caricaturas, cuando se nos dice desde gobiernos e instituciones internacionales que hay que tener cuidado, lo que se oye en sordina es el castañeteo de los dientes, es una suave, hipócrita, miserable dimisión de los valores cívicos, democráticos e ilustrados.

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