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Nadir

Noches de Santa Cruz

La gente que no sale a la calle, que no pisa la calle, que viene y va de los cines y los restaurantes, que no mantiene viva su memoria personal del tráfico, la luz eléctrica, las copas, la música de los cuerpos en penumbra no tiene idea de lo que está pasando en la calle, lo que está oscureciendo la noche. La noche y la calle de Santa Cruz de Tenerife, por ejemplo. La noche de Santa Cruz de Tenerife fue prometedora a finales de los setenta y principios de los ochenta, fue de nuevo aburrida y soporífera hasta la fugaz aparición de las primeras terrazas de verano, regresó a un bostezo de garrafón donde naufragaron tres o cuatro intentos de renovación, y volvió a mearse en sus mismos zapatos, una meada cálida, doméstica, íntima, resignada, al doblar el cabo del milenio. Básicamente la noche de Santa Cruz, hasta hace muy poco tiempo, era aburrida, y tan predecible como el amanecer. Ahora comienza a ser francamente desagradable, y, a ratos, ligeramente peligrosa. Simplemente no hay nada. La única novedad soportable es la calle La Noria. No hay espectáculos. No hay apenas música en directo. Los pubs son cada vez más escasos. Discotecas hay dos y media; lo que abundan son los baretos. Y las hamburgueserías chungas y sórdidas. Todos los días -perdón, todas las noches- alguien se lía a hostias. De repente se abre una puerta y un pibe vuela hasta la acera opuesta. Lo de siempre: le vendieron una papela con mierda mala, fue a protestar, se le rieron, levantó el puño, le pegaron un cañonazo y perdió los piños. Nunca he visto a tanta peña jalando farlopa en los cuartos de baño, en los rincones oscuros, justo en el filo más sucio entre la realidad y el deseo. Nadie se da la espalda si puede evitarlo. Cada vez más gente pierde más rápidamente la calma. Hay grupos que salen a armar bronca como programa de fin de semana. A veces tienen un puño de hierro o una barra metálica. Otras muchas solamente quieren tocarle el culo a la novia de alguien y romperle la cara. No, la mayoría de ustedes no saben lo que está incubando la noche de Santa Cruz de Tenerife, abortada entre el mar invisible y las torturadas montañas de Anaga.
Hace un par de noches le tocó a Maximiano Trapero y a tres profesores universitarios sufrir el encanallamiento por el que deriva mortecinamente la noche de Santa Cruz. Unos niñatos les escucharon hablar con acento peninsular y los siguieron hasta caerles encima a golpes. El profesor Trapero ha sido nuestro Menéndez Pidal en recuperar y fijar nuestro repertorio romancístico. Siento vergüenza, vergüenza hasta en decir "yo no he sido".
 
  

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