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Nadir

Lanchas en el tejado

Una vecina de La Higuerita subió a la azotea y se quedó pálida, estaba que no salía del asombro, tuvo que ser asistida con toronjil y hierbaluisa; no había visto algo igual en los años que lleva en el barrio. Subió por ver cómo estaban las liñas de la ropa y los bidones grises que presiden desde lo alto y se encontró con una lancha. Dio la voz de alarma. Nadie supo cómo llegó sin grúa, no saben quién es el dueño de la embarcación que tuvo que atravesar un mar de antenas durante la tormenta que todos sabemos, a lomos de una marejada de olas invisibles; el costillaje aguantó el embiste del temporal de larga cola, la quilla está impecable, los toletes en su sitio y en el interior no hay restos de escamas ni huele a cangrejilla. La chalana, que mide dos metros y pico de eslora, está todavía en la casa. La hilera de visitantes aumenta cada día, es un espectáculo gratis que nadie quiere perderse; basta con subir las escaleras para encontrarse con un barquillo perdido y sin dueño, triste y abandonado en el techo de una vivienda. Con este cuadro, la señora de la casa quiere seguir dando cuerda a la quiniela de responsabilidades y no tiene claro si echarle la culpa a Zerolo, a Unelco, a Melchior, a la excesiva energía eólica o a Carlos Larrañaga. Hasta la hora presente se desconoce quién maneja esa barca y cuál es el número de folio que figura en la proa. El patrón andará tras la estela de la nao que el ciclón le arrebató la noche de los efectos especiales, en esta película de piratas, de banderas negras y de loros parlanchines que siguen buscando culpables en las nubes de desarrollo vertical, en los cirros altos del poder, en el yunque vaporoso que antecede a la tormenta o en las palabras del escritor Mark Twain: "El tiempo atmosférico siempre está haciendo algo... siempre presenta modelos nuevos y los prueba en las personas para ver cómo reaccionan".

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