Blogia
Nadir

Constitución

Me produciría una enorme satisfacción que el PP defendiera la Constitución Española del 78, incluso sin que medien ataques previos contra ella, si esa defensa no implicara una agresión al resto de los partidos y un secuestro de lo que es de todos, para usarlo en provecho propio. Algunos pensarán que el debate para la reforma del Estatuto de Cataluña es ya un ataque a la Constitución, como algunos pensaron que llevar el Plan Ibarretxe al Congreso (tardó un par de días en ser devuelto y a la Constitución no le rozó una coma) supuso un ataque al sistema constitucional. Yo disiento absolutamente de esa percepción tan estrecha: si algún valor tiene la Constitución del 78 es el de permitir que todo pueda ser discutido y debatido, incluyendo el propio texto constitucional, respetando los cauces y mecanismos que la Carta Magna establece. Por eso, lo que menos me gusta de la teórica defensa que el PP hace de la Constitución, es que la defienda de todos los demás, de todos los que no son el PP o no piensan como piensan los que son del PP.
Juegan los conservadores españoles con la Constitución a un juego peligroso y rastrero, un juego parecido al que se gastaron con la bandera española: después de defenderla paroxísticamente durante cuatro años de supuestos ataques y afrentas (sólo cuatro gatos se divierten faltando el respeto a la bandera), parecía que nos la habían secuestrado, convirtiéndola en un símbolo del PP, cuando es el símbolo de la nación española, de todos los españoles. Con la Constitución, el PP repite el truco y nos ofrece dos tazas del mismo caldo: ahora resulta que el PSOE, IU, CiU y el resto de las fuerzas políticas que apoyaron la Constitución en el 78, se han convertido en sus enemigos. Porque lo dice el PP.
Lo cierto es que fue el PP -entonces bajo las siglas de AP, pero con los mismos dirigentes y la misma política que ahora- quien no apoyó esta Constitución. No lo hizo porque Manuel Fraga -el único ponente constitucional que se abstuvo en la votación del dictamen- se oponía a su título octavo. Cuestionaban los conservadores ya entonces que en él se definiera a las comunidades históricas como nacionalidades. Ahora que ya somos todos hijos de alguna nacionalidad -Canarias no lo era hasta la reforma del Estatuto hace nueve años, y lo es ahora gracias a los votos del PP-, sería razonable que uno se sintiera feliz descubriendo la reciente vocación constitucional de las derechas.
Pero lo que el PP defiende no es esta Constitución, que tan eficazmente nos ha servido durante casi tres décadas. Lo que el PP defiende es la vieja política de "cuanto peor mejor", aunque al hacerlo asuma el riesgo de dividir y enfrentar a los demócratas. Ellos sabrán por qué lo hacen.

0 comentarios