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Nadir

Contra el muerto

En la pasada fiesta de Todos los Santos, es decir, de toda la buena gente que se ha ganado el cielo por su cuenta y no ha pasado por la taquilla del Vaticano, la gente acudió a poner flores en las tumbas de sus muertos. Pero Esperanza Aguirre, la presidenta madrileña, no las fue a poner donde estuviera enterrado Eduardo Haro Tecglen. Primero, porque no es un muerto suyo, y segundo, porque su cuerpo lo está empleando bien la Medicina y no yace en cementerio alguno. Quizá por eso, Aguirre decidió hacerle en vísperas de Difuntos otro homenaje a Haro: lamentó que se le dedique una calle en Madrid por defensor de genocidas. No sé si el genocida en cuestión es Stalin, y no me consta que Haro lo haya defendido, aunque si fuera verdad que lo ha hecho en determinado contexto tampoco excluyo que haya leído mal doña Esperanza; no sería la primera vez. En cualquier caso, con la constancia pública que hay de que el periodista difunto y la condesa de Murillo no se llevaban precisamente bien, ha perdido la presidenta una ocasión de quedar como una señora y, buenas formas aparte, ya en política, de arrumbar su pretendido liberalismo en las cloacas de la extrema derecha resentida. Sobre todo, porque son muy recientes unas declaraciones suyas, muy entusiastas, en las que manifestaba su admiración por un reconocido fascista recién muerto que animaba a Franco desde la prensa a ejecutar penas de muerte, como si Franco necesitara que lo animaran. Pero, visto lo visto, mejor será no caer en lo mismo que ella. Dejémosla que revise a partir de ahora las listas de su partido para ver quién ha elogiado y quién no a un genocida. ¿Se negará a que se le dedique una calle al presidente fundador del PP, Manuel Fraga Iribarne, por haber elogiado con entusiasmo y reiteración a Pinochet y haber formado parte del gobierno de otro gran genocida?

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