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Nadir

Sin chispa de ganas

Ayer, Manuel Rodríguez, obrero que en Granada se jugaba la vida fabricando hormigón bajo un viaducto en obras que al caer trajo la muerte a tantos, volvió al tajo sin acabar de creerse que, casi por un milagro, podía contarlo ahora. Y aunque no le faltaran razones para alegrarse de sobrevivir, su voz se debatía entre la alegría innata de su acento y la tristeza que el clima de muerte había creado en su entorno. No en vano conocía a algunas de las víctimas, pero las conocía poco, casi de vista. "Eran portugueses", esa fue la explicación que dio a su escasa relación con los muertos. La tristeza de Manuel no tenía que ver únicamente con la tragedia que le ha tocado vivir, sino con su propia tragedia diaria, con la resignación con la que ayer volvía al hormigón: "Tiene uno que volver porque no tiene otra cosa, pero sin chispa de ganas". El horror de las muertes abrió de nuevo el telón cerrado que nos impide la contemplación de la tragedia del abuso. Aparecieron en escena las subcontratas y los intermediarios, los especuladores que se enriquecen y el que vuelve al tajo resignado porque no tiene otra cosa. Sí, tiene una ley de riesgos laborales, muy buena, que le protege. Pero está sometido a la desprotección que origina quienes la incumplen y quienes no vigilan debidamente su cumplimiento. Manuel volvió al trabajo "sin chispa de ganas"; otros sufren un trabajo precario y muchos no albergan ni la esperanza de tenerlo. Y si un día apareciera el fuego en nuestras calles, como en las de París, nos sorprenderían las imágenes de la violencia como no nos sorprendieron antes las de la resignación de los pobres. Y no lo digo influido por la lectura de un rojo peligroso, sino por los informes rigurosos de la católica Cáritas. Pero los obispos, que emplean ahora sus púlpitos para convocar manifestaciones y fustigar al poder, no hablan de ninguno de tantos y tantos Manuel Rodríguez.

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