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Nadir

Abrelatas

Todos nacemos con una fecha de caducidad tatuada en el antebrazo, invisible, como los nuevos sellos que ponen en las puertas de discotecas, donde un tipo vestido de negro te estampa algo que no ves pero que se ha colado en tu epidermis. La única diferencia es que la Muerte te pone su matasellos nada más nacer, antes incluso de que una enfermera te haga llorar por primera vez. Se supone que no hay nadie que pueda vivir más allá de esa fecha, pero un amigo lleva años esquivando su muerte, desde aquel día que perdió el brazo cuando un coche tuneado con luces y sonidos de extraterrestres le atropelló en un paso de peatones. Aunque mi amigo es una excepción: lo normal es conseguir un salvoconducto firmado por la propia Muerte que te permite agonizar durante años con la única condición de que le facilites el trabajo y le consigas unos cuantos fallecidos cuando aún no tocaba. Y claro, la gente se queja, y con razón: le enseñan desesperados a su ejecutor el antebrazo, intentando demostrarle que aún no les toca morir. Pero no sirve de nada, desde un F-18, a miles de metros de altura, cuesta ver el brazo tatuado de un niño jugando en medio del desierto.
El resto de mortales tenemos la suerte de morirnos cuando nos toca. Aunque se ve que algunos no conciben la idea de morirse tan pronto y optan por meterse en una lata de conservas para engañar a la Muerte, jugando a ser eternos y pasar a la historia como senadores o presidentes vitalicios, aunque al final sólo consigan convertirse en unos simples berberechos. Lo que no saben estos seres conservados -o conservadores- es que la Muerte no es tan tonta, y que tarde o temprano ella dará contigo -por mucho pacto que algunos tengan con Dios- y sustituirá su guadaña por un simple abrelatas.
Yo prefiero recordar el consejo de mi madre cuando fui por primera vez a un supermercado: "No te fíes de nada que no tenga fecha de caducidad", decía ella mientras me señalaba con el dedo una lata de berberechos. Ahora, cuando busco la fecha de caducidad, me encuentro con latas que caducan dentro de varias décadas. La verdad, es bastante frustrante saber que tú vas a morir y que unos berberechos con aires de grandeza te van a sobrevivir. Y claro, el orgullo de ser mortal tiene que salir por algún lado: ayer me detuvieron por tercera vez, con un abrelatas en la mano, en la sección de conservas de un hipermercado.

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