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Nadir

Con la basura al cuello

Tengo más o menos claro que el Ayuntamiento de Arona ha devenido una versión hipersureña de Falcon Crest, pero me queda la duda sobre si Manuel Barrios encarna a Angela Channing o se ha reservado en papel de su criado chino y secreto dueño de las vidas y haciendas de la finca, el enigmático e impenetrable Chu-Li. La política sureña es un mosaico de escándalos, trapisondas e irregularidades que un puñado de escayolistas de la política municipal ha hecho y deshecho a su antojo a lo largo de veinte años de infarto silente de la gestión democrática. Hace medio mandato apareció por la finca un individuo, Alberto González Reverón, con la peregrina idea de que podía adecentar, al menos, las paredes de la putrefacta casa solariega contando con el concurso del viejo y buhonero equipo de escayolistas. Por el camino que va el alcalde subsidiario tendrá mucha suerte si no termina estampado en la pared mientras Manuel Barrios lo fija con engrudo por salva sea la parte.
El debate sobre la renovación del servicio de recogidas de basuras a una empresa que ha transformado algunas zonas y rincones de Arona en un coqueto vertedero de quita y pon tiene un irresistible valor metafórico. Ya resulta singularmente llamativo que, después de 25 años, y pese a las críticas y reservas expuestas repetidamente por el propio alcalde, la muy poderosa barriada -las fuerzas públicas y privadas de Barrios- insistan en no organizar y publicar un nuevo concurso, y al contrario, trabajen por tierra, mar y aire para que se produzca una sencilla y feliz renovación del contrato. Pero revisar el recorrido administrativo de informes, expedientes y valoraciones de la empresa de basura que desatiende a los vecinos de Arona es una experiencia muy similar a leer una novela de terror. Asombra la actividad incesante que existe en las alcantarillas de la administración municipal para no desamparar a la clientela empresarial. Te deja estupefacto el cúmulo de despropósitos y manejos torticeros que acaban convirtiendo en detritus insignificante las cautelas legales y los preceptos administrativos. Te arrastra a la náusea la evidente percepción de que un grupo de politicuchos que escribirían escrúpulos con hache -por ignorancia enciclopédica y degradación moral- se creen los impunes usufructuarios del vertedero. Porque han reducido un Ayuntamiento a un montón de basura política y campán sobre la basura como territorio inclaudicable y solo suyo, y cuentan con las espaldas bien cubiertas de más basura protectora, basura que tutelan desde despachos con cédula de propiedad. Quieren la basura, toda la basura, hasta el último gramo de la basura democrática que generan, y ya están tan identificados con ella, que es muy difícil distinguirlos entre los más vomitivos desperdicios.

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