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Nadir

Risas

Dicen que la risa es buena para la salud, que se mueven cuarenta músculos, que ayuda a mantenerse joven. Vamos que con cada carcajada ganas por lo menos diez minutos de vida, los mismos que pierdes cuando fumas o te enfadas. Parece ser que la risa es de las pocas cosas que no tiene contraindicaciones, en principio todo son ventajas. Por eso morirse de risa no está mal visto, mientras que morirse de asco o aburrimiento es una manera muy desprestigiada de abandonar este mundo. El sentido del humor tiene un origen extraño y se sospecha que sólo los seres humanos disponen de él. En el origen, la tierra estaba poblada por bichos trabajadores y serios que cuidaban el entorno y que se comían unos a otros construyendo una cadena ecológica ordenada, responsable y al parecer algo aburrida. Pero de repente por azares de la genética llegó un animal que encontraba graciosas las cosas y que encima ganaba vida cada vez que sonreía. Así que los hombres empezaron a reírse y a poblar la tierra y el resto de los animales asustados por ese ruido extraño empezaron a extinguirse. Al principio las risas se generaban de manera espontánea, igual que la comida. Las tribus nómadas cogían las frutas de los árboles y las risas de donde podían, así que la vida prehistórica era dura, moviéndose de un sitio a otro sin saber dónde iban a encontrar la siguiente manzana o la próxima carcajada. Pero llegó la agricultura y el hombre se hizo sedentario. Al fin podía cultivar su propia comida y por lo tanto también podía hacer lo mismo con las risas. Por eso no es casualidad que casi a la misma vez que se inventa el arado apareciera también el primer teatro. De esa manera, el ciudadano antiguo tenía a su disposición un cultivo de alimentos y risas que le permitían vivir más y mejor. Con esas nuevas herramientas en su macuto el hombre se embarcó en la historia y poco a poco, dando algunos traspiés, llegó a inventar las bebidas refrescantes de cola y el cine mudo. La chispa de la vida quedó embotellada para siempre mientras las risas se enlataban en rollos de celuloide que se distribuían por el mundo junto con palomitas y música de piano. Pero los pioneros del cine no lo tuvieron fácil, porque hacer reír es una ciencia extraña que no se deja enlatar tan fácilmente. El cine mudo sirvió de campo de pruebas y permitió entender que la risa es un mecanismo extraño que tiene sus propias leyes. Las patadas, los accidentes, las caídas, las persecuciones se sucedían sin descanso en las miles de películas que se rodaban en las primeras épocas del cine y en base a ellas los directivos medían las risas que el público soltaba en la sala. Un día, alguien se dio cuenta de que las tartas hacían gracia, bueno, no los pasteles de nata en sí mismos, sino el hecho de tirárselos a alguien a la cara. El caso es que se empezó a entender la risa y de alguna manera también su opuesto, el drama. Porque la vida es algo serio o al menos eso dicen, así que los directivos estaban también muy preocupados de que la risa no molestara a nadie. Estaba prohibido que una chica bonita, la protagonista de la película recibiera una tarta en la cara. También estaba censurado que un cómico vagabundo nos diera su versión de los tiempos modernos o de los dictadores de la época. Así que el mundo es extraño, reímos para vivir más, pero tenemos nuestras reglas con la risa y lo mismo nos ocurre con el odio. Quizás por eso ciertas fotos de guerra se convierten en tartas que nadie quiere ver porque no producen risa. Quizás esas cosas son las que nos hacen vivir menos, las que nos envejecen o simplemente las que nos envilecen.

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