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Nadir

Ponga un ladrillo en su verano

No falla: el verano dura siempre demasiado y a la vez demasiado poco. El verano, o mejor dicho las vacaciones que de él se derivan, son un espacio intersticial entre el hastío de la liturgia laboral y el hastío del propio estío, una enajenación transitoria del homo supuestamente sapiens, que desemboca en ese deseo ferviente de reingresar en la repugnante y adorable rutina, volviendo a comenzar todo el ciclo de nuevo con una desmemoria pasmosa.
Una forma bastante discreta de pasar el alifafe del verano es leyendo, y todos los 30 de junio o julio se hace uno el firme propósito de atizarse la faja de libros que ha ido amontonando a lo largo del año en la mesilla de noche, que lo aguanta todo, como dicen que aguanta el papel. En una mesilla de noche pueden convivir sin ninguna clase de hostilidad la Pura alegría de Muñoz Molina y el Elogio del refrenamiento de José Watanabe, La vida, instrucciones de uso de Georges Perec con La vida exagerada de Martín Romaña de Bryce Echenique, El genio del idioma de Álex Grijelmo con El arte de callar del Abate Dinouart, el Cómo viajar con un salmón de Umberto Eco con el Cómo escribir un millón de Dibell, Scott y Turco, el Orlando de Virginia Wolff con el Quijote de Miguelito de Cervantes (centenario obliga)... Y es que uno lee como vive o como es, y alguien que tiene siempre varios calderos al fuego, como le ocurre a la mayoría de la gente que no es que estudie o trabaje, sino que estudia y además trabaja, y encima atiende a la familia, y hace deporte, y lee la prensa mientras espera a que cambie el semáforo y escucha la radio en lo que plancha camisas y habla por teléfono, una persona normal, digo, no es capaz de cascarse un tocho de una sola sentada, y picotea de aquí y de allá como un veleta consagrado. A los que no son monoteístas no se les puede pedir que se entreguen a la monogamia consecutiva, ni que sean "monos" en ningún ámbito de la existencia. Nunca le serán fieles a su desodorante, cuando menos a un autor. Así es que leen un capítulo de Madame Bovary un día, por la cosa esa de las obras cumbre de la literatura universal, y al siguiente le ponen los cuernos con Amélie Nothomb, porque no hay quien culmine un 8000 con estos calores. Practican una especie de poligamia literaria, que no se sabe si está bien o está mal, pero que va con los tiempos que les ha tocado vivir.
Lo malo es que, a la que se descuidan, llega el 1 de septiembre, y descubren atribulados que las tardes menguan y el verano ya vuela con el ala rota, que la rutina abre sus nauseabundas fauces, y que la mesilla de noche sigue llena. Pero bueno. Ya sabíamos, ellos y nosotros, que "el caos engendra la vida, mientras que el orden genera el hábito".

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