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Nadir

Microrrelatos

La moda de los microrrelatos es ya una patología pestífera. Todo el mundo escribe ya microrrelatos. Los microrrelatos son, desde hace algunos años, una vía expedita para la definitiva democratización de la literatura. "He escrito un microrrelato", me dijo el otro día avergonzado un amigo, del que no tenía ni las más vagas noticias narrativas. "Pero si lo último que escribiste fue un poema masturbatorio a tu prima Lola a los quince años", le dije. Asintió, aterrorizado y satisfecho a la vez. "No pude resistirme. Son tan cortitos". En efecto, el microrrelato es una tentación, como los bombones, las pastas del té o los cigarrillos. Se consumen enseguida y no duran nada. Un placer perfecto, como diría Oscar Wilde, cuyo único defecto es que jamás escribió un microrrelato. El de mi amigo, el pobre, seguía insistiendo en Lola y constaba de una línea: "Lola, espejo de deseo donde nunca pude mirar tus bragas". La frase no ayuda a localizar las bragas, pero la imprecisión estimula el temblor poético de la historia.
Mis prejuicios son insalvables. Todos los microrrelatistas que conozco parecen hechos de cristal. Los más grotescos -los que teorizan sobre sus pequeños eructos verbales- pretenden que el microrrelato es uno de los últimos reductos del vanguardismo y la experimentación. No hay microrrelatista que no cite la línea de Augusto Monterroso ("Cuando se despertó, el dinosaurio aun seguía allí"), pero lo de Monterroso es una ocurrencia divertida y no la fundación de un género literario. Los autores de microrrelatos son escritores microscópicos que se asoman al foso de las palabras y sienten un vértigo mortal. No creen en las palabras y eso supone una castración literaria insalvable. Les trasmito uno de los últimos que me han asestado: "Derrotado por la incomprensión, el último militar del futuro acercó su boca a la boca del arma y se besó". Joder. He escuchado letras en el Concurso de Murgas de Santa Cruz más incitantes, laberínticas y memorables. Incluso he escuchado letras en el Concurso de Comparsas más interesantes. Cualquier historia que se pueda contar con seis palabras no vale la pena de ser contada y mucho menos leída. Y para el juego central de la palabra y la vida, de la metáfora y del mito, de lo trascendente y lo inmediato, está una actividad viejísima y reluciente que se llama poesía.
Pronto alguien, agobiado por los créditos en un Departamento de Filología, descubrirá que los microrrelatos son una estructura sintáctica propia de los seres humanos e igual consigue una beca. Y todos tendremos a nuestra disposición un aval teórico para afirmar, felizmente, que todos practicamos el microrrelato. Dar los buenos días es un microrrelato. Freír un huevo es un microrrelato. Contar los líos de faldas de un alcalde tinerfeño entre dos cafés es un microrrelato. Y los columnistas nos dedicamos a los microrrelatos diariamente: "Cuando se despertó, la columna aun seguía allí".

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