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Nadir

De las mareas y mareados

Cuando languidece la tarde aun quedan unas 150 personas en la plaza de Candelaria: en el momento de apogeo de la manifestación no habrán sido mucho más de trescientas. Están ataviadas con diversas prendas y adornos de color azul y las increpa un individuo aparentemente epiléptico que a través de un megáfono lanza berridos rítmicos e incansables. En la céntrica plaza y sus alrededores muchos cientos de ciudadanos toman cerveza, los niños corretean y juegan antes o después del helado, algunos guiris dudan sobre con qué alimentar la voracidad de sus vídeos y sus cámaras fotográficas. Nadie le presta especial atención a los manifestantes, ni siquiera la pequeña patrulla de Policía, solemnemente aburrida junto a Los Paragüitas. De repente, y como colofón de la histórica jornada, el del megáfono comienza a corear: "El pueblo, /unido,/jamás será vencido,/el pueblo,/unido,/ jamás será vencido". Como fondo se escucha le heroica melodía de Los Calchaquis. La escena es de un patetismo pleno, perfecto, inconsolable.
Me repugnan profundamente los ataques y descalificaciones que, desde varios abrevaderos políticos, se han vertido sobre las plataformas y movimientos cívicos activados y organizados en Tenerife en los últimos años. Tachar de golpistas, insurrectos o antidemócratas a ciudadanos que se asocian y organizan para plantear sus denuncias y aspiraciones, en uso de sus derechos constitucionales y dentro de los cauces legales, revela una notable baja estofa moral y una concepción patrimonialista y autoritaria del ejercicio del poder. Pero la deriva de plataformas y coordinadores sedicentemente populares está demostrando cada vez con mayor claridad su incapacidad política, ideológica e informativa para analizar la realidad social y comprender su propia entidad como alternativa al sistema institucional o agente de transformación política. Es una perfecta imbecilidad corear eslóganes de frentepopulismo andino en el Tenerife de principios del siglo XXI. Es pura arqueología revolucionaria profetizar el fin del sistema capitalista y de la pútrida democracia burguesa. Es una puerilidad milinarista describir la sociedad tinerfeña como un apocalipsis de destrucción ecológica y miseria galopante. Es una pedantería vacua, grotesca y relamida sostener, desde apoltronados despachos universitarios, que el movimiento antiglobalización de Seattle y Porto Alegre se prolonga en el barrio de El Toscal, en los caseríos de Anaga o en Charco del Pino. Es un error estomagante confundir de nuevo esperanzas y realidades, los sueños con los proyectos, la rabia con la lucidez, la alquimia de las frustraciones con la química del poder.
La luz de la tarde se deshacía como un suspiro sobre el centro de Santa Cruz de Tenerife y me alejé lentamente de la plaza. Lentamente hastiado de la izquierda que en el Parlamento ratonea para ocupar direcciones generales y de la izquierda que en la calle grita y vocifera contra sí misma.

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