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Nadir

Catastrofistas

Un amigo, de púber primavera, se fue un domingo de los años 70 a ver "Delicias turcas", del holandés Paul Verhoeven (el mismo que muchos años después rodaría "Instinto básico") en el Cinema Victoria. La película mostraba lo que prometía el título, aunque con las censuras propias de aquella época de minoría de edad forzosa a la que nos sometía la dictadura. De vuelta a su pupitre de los Escolapios, mi amigo cometió la insensatez de levantar la mano cuando el hermano Ramón preguntó quién había ido a ver semejante guarrería cinematográfica. Volaron sobre él los improperios arrojados por aquella espada flamígera con sotana que lo amenazó con las llamas del infierno y la corrupción irremisible de su consciencia. Hasta aquí, normal, como dicen en Bilbao: va de suyo que la policía - con sotana o no - encuentre sospechosa la diversión y ande por ahí acojonando a la peña con infiernos, pudrideros morales, cataclismos sociales o enfermedades (desde los granitos que delataban a los viciosos solitarios al SIDA que castiga a los homosexuales y depravados).

En cambio, del pensamiento científico uno espera siempre explicaciones racionales, luz sobre las tinieblas de la superstición y juicios morigerados alejados de la escandalera y el catastrofismo; en fin, el viejo ideal de la Ilustración: examen racional de las cosas, en lugar de supercherías, pronósticos funestos y advertencias amenazadoras. Pero parece ser que no, que no es éste el caso de los científicos que se ocupan de Canarias, quienes parecen irremediablemente vencidos por la tentación de pronosticar futuribles nefastos a miles de años vista. Que no digo yo que no tengan interés estos asuntos, pero que me resultan muy alejados de la letra pequeña de la vida de ahora y tan esotéricos como preguntarse qué pasaría si las abuelas tuvieran ruedas. Primero fueron unos científicos británicos los que pronosticaron que una erupción en La Caldera podría mandar al fondo la Isla de La Palma y provocar una gigantesca ola transoceánica que se llevaría por delante el Archipiélago y todo lo que le saliera al paso, incluidas algunas ciudades de la costa este norteamericana. Ahora, un tal Joan Martí, científico del CSIC, afirma que, en la evolución previsible del Teide, dentro de decenas o centenares de miles de años (la precisión no es el fuerte de la vulcanología) se producirá una regresión en la apariencia faliforme del pico hasta convertirse en una cañada. Perdida la capacidad del "Apocalipsis" de San Juan para acoquinarnos, aburridos de las predicciones de Nostradamus, si queremos conocer a los nuevos arúspices, agoreros y profetas de lo peor, tendremos que suscribirnos a "Investigación y ciencia".

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