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Nadir

Batalla cultural

Me dice un amigo que la derecha política española es íntima e ineluctablemente guerracivilista. Y debo darle la razón, aunque sin alegría, sin una pizca de alacridad ni jolgorio. El autoritarismo cuando se gobierna y el catastrofismo cuando se está en la oposición, el maniqueísmo metodológico, el revanchismo vociferante, el oportunismo más insensible y zafio, la indignación intolerable e intolerante porque otros ocupen su lugar preternatural, es decir, la gestión de los asuntos públicos y el dictado de sus opciones morales, ideológicas y culturales. Si se analiza la propaganda de la CEDA de Gil Robles y se la compara con la del Partido Popular de Mariano Rajoy la similitud de sus mensajes, críticas y admoniciones es sorprendente. Porque los arriba citados son rasgos específicos de la derecha política carpetovetónica apenas adobados por un neoliberalismo económico que entre 1996 y 2004 mantuvo ciertas cautelas sociales y presupuestarias: una derecha que -obviamente- no está sola. Pasados los primeros años, los años en los que José María Aznar hablaba catalán en la intimidad y leía fervorosamente a Manuel Azaña, consiguieron la mayoría absoluta en las Cortes y abandonaron, con un suspiro de alivio, afeites y patrañas centristas, y la vieja caspa de la derecha mandona y mangoneadora, catolicorra y vivaespaña, brotó con tal fuerza que cubrió todo el horizonte con un manto blanco y grimoso. Y aun así obtuvieron diez millones de votos.
Porque no, no están solos. Los acompañan y guarecen numerosos medios de comunicación, catedráticos, profesores y equipos departamentales en numerosas universidades, fundaciones y centros culturales, escritores y articulistas, empresarios inequívocamente amigos y empresarios ambiguamente neutrales. Y desde hace años, desde todos estos frentes, desplegando una variedad de estrategias y tácticas, la derecha española está estimulando, por primera vez en su hirsuta historia intelectual, una verdadera batalla cultural, que tiene en el revisionismo historiográfico su punta de lanza: los socialistas fueron los auténticos golpistas que destruyeron la II República, Franco fue un mal inevitable y al cabo menor, los valores progresistas son basura para legitimar una tiranía sonriente y un etcétera kilométrico urdido por hospicianos cerebrales como Federico Jiménez Losantos, César Vidal o Pío Moa.
Los suyos son subproductos politológica e historiográficamente deleznable, pero eso no es lo preocupante: lo preocupante es que la izquierda, el progresismo, se niega a la revisión crítica de sus propias convicciones y creencias, de sus propias quiebras y errores, de su mitología y sus estilos de pereza mental biempensante y autosatisfecha. Y convencida de sus propios valores la izquierda se encapsula en sí misma, renuncia al combate y pierde su propia fuerza ideológica, social y política.

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