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Nadir

Asesinatos en BMW

España es una asesina en coche y Farruquito, su penado de temporada. Dicen algunos juristas que si usted quiere asesinar a alguien, lo mejor es que se emborrache y se haga el encontradizo con su coche, concretamente con la defensa de su coche y el occipital de ese alguien. Sale legalmente mejor que repartir cuchilladas, dar tiros o recurrir al sutil veneno. También puede encargárselo un asesino a sueldo, pero eso parece cosa de series hasta que algunas veces pasa en la realidad, o dicen que pasa, que es casi más importante (donde esté un rumor, que se quite lo palpable).
Farruquito no es un asesino, para eso hace falta premeditación. Lo interpretable es si manejar un BMW sin carnet de conducir y muy por encima de los límites de velocidad se puede considerar o no premeditación.
Lo que está claro es que mucha gente anda revuelta por la sentencia de Farruquito, y quien quiera ver en una demanda colectiva de justicia una muestra de racismo, es que anda demasiado miope. Es justo al revés, con el atropello del muchacho y su ligera consecuencia legal sobrevuela de nuevo la amenaza de que la ley es una para los fuertes y otra distinta para el resto de los votantes. Seremos una democracia de boquilla, pero en realidad parecemos un sistema en el que se intenta perpetuar como sea el poder de los poderosos. Por ejemplo, a Clinton le paga la cena una concejal de Los Realejos (espero que con cargo a sus fondos propios, no como dieta para vacilón público), a usted no le invita a cenar ni su cuñado, que todavía se la debe desde que el Tenerife subió a primera.
Con la sentencia de la semana parece que el tráfico nos despierta curiosidad, pero luego resulta que en las famosas encuestas de preocupaciones del español medio, los atascos y demás no figuran ni de cerca entre los primeros puestos, cuando el tráfico forma parte de nuestro ser moderno diario. El siglo XXI será el siglo del atasco continuo y de la obra sin fin.
Este Agostado siempre consideró al tráfico como elemento unificador inmodificable: todos nos debemos a él, como conductores, paseantes, contempladores o pasajeros en guagua (y en el futuro tranvía); todos padecemos a lo largo del día, en mayor o menor medida, los rigores del tráfico, de ahí la reacción colectiva, enfadada y tensa ante la sentencia de Farruquito: con el bailaor y sus pocos meses de cárcel que no serán, también algo nuestro se quema, porque todos somos tráfico.

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