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Nadir

Mambrú

Muy amenazado se siente Aznar: ya está animando a la Guardia Civil a pasear sus tricornios por esos mundos.
Ayer mismo estuvo con la Benemérita y le presentó un futuro de trabajo que ya no abarca sólo las carreteras y el entorno de sus casas cuartel sino otros países y otros mundos en los que España está llamada por él, y a costa del presupuesto que no gasta en sanidad ni en enseñanza pública, a meterse en follones.
Ahora va de los cuarteles, donde hace fervorines patrióticos, a los mítines y, aunque en campaña haya cierta licencia para las tonterías, no está de más recomendar al estadista que no se pase en el desafío tonto a Zapatero y mezcle churras con merinas.
Que eso ha sido su reto fanfarrón y risible de invitar al socialista a sacar una pancarta contra la ONU –su obsesión con las pancartas merece estudio psiquiátrico– confundiendo lo que la ONU legaliza ahora con la guerra ilegal, que ilegal sigue siendo, y en la que se metió hasta las cachas. Pero no debe irritarse la oposición cuando Aznar hace el ridículo desde la simplificación artera que persigue el engaño, aunque su irritación provenga de que la falsedad se traslade al telediario, confiando en el despiste de las audiencias.
Porque las tonterías tienen su eficacia en una sociedad sometida a la confusión, pero lo que más debería preocupar a la oposición y preocuparnos es eso de las “acciones anticipatorias”, que defiende ahora, lo mismo que defendió antes las guerras preventivas: matar por si acaso, destruir por si acaso, masacrar por si acaso.
Lo que han hecho en Irak. Si se tiene en cuenta, además, la facilidad con que su ministro de Interior da por bueno un perfil del delincuente, o se lo fabrica, y el modo en que él ha visto armas químicas donde sólo había detergente, se podrá advertir en qué manos está nuestra seguridad.
Por no decir en qué cabezas.

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