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Nadir

Agitar antes de servir

De entre todos los rincones que conforman una ciudad, si has visitado alguna vez un vertedero, conocerás ese jugo sin nombre que destilan las basuras y forma sobre la tierra oscuros hilos en los que se concentra toda la sustancia de la mierda. Tan perturbadoras son esas melenas caldosas que todavía no han sido bautizadas por miedo a que adquieran un grado de existencia tal que parezcamos ahogados entre sus mechones.
En las noches de insomnio, cuando imagino negocios imposibles en los que dar trabajo a todos los parados del universo mundo, se me ocurre que tal vez no fuera completamente estúpido levantar en Valdemingómez una planta embotelladora que recogiera esos zumos y los comercializara como un licor digestivo. Probablemente, al principio tendríamos algunos problemas con el Ministerio de Sanidad, pero una vez superadas las dificultades burocráticas y, tras una campaña de imagen que convirtiera el consumo de esos líquidos casi intestinales en una perversión gastronómica, nos quitarían las botellas de las manos.
Hay que tener en cuenta que la producción, por mucho que la estiráramos, siempre sería limitada, de manera que a medio plazo convendría obtener para la marca un certificado de origen con el que combatir la competencia desleal de los oportunistas, que en seguida invadirían el mercado con jugos de basureros sin homologar o destilados artificialmente en Taiwan. Por eso, en los restaurantes de lujo, el sumiller debería de estar en condiciones cuanto antes de asegurar a los clientes que el chupito al que les invita la casa después del café es de auténtico licor de mierda de Valdemingómez. Propongo que una dosis de este jugo precioso reciba el nombre de coprina.
-¿Desean los señores una coprina de Valdemingómez?
-¿De qué año?
-Para ustedes, nos quedan dos botellas de mayo del 96, cuando Jesús Gil y su caballo vinieron desde Marbella para defecar juntos su euforia sobre las calles de Madrid, en compañía de las autoridades municipales y autonómicas. Hubo desbordamientos en el vertedero, pero no se recuerda una producción tan espesa desde entonces.
-Pues vengan unas coprinas, que hay que bajar el centollo.
No es por nada, pero creo que tengo bastante instinto comercial, y la idea, aunque no exenta de dificultades, podría ser un éxito. Naturalmente, convendría hacer un estudio de mercado antes de efectuar las primeras inversiones, pero de entrada, y a la visita de los espectáculos de que hemos sido víctimas en la última semana de elecciones, no sería ningún disparate afirmar que existe entre nosotros una demanda latente de licor de mierda que el primero que sea capaz de satisfacer se forra.
De hecho, Gil y Gil, sin planta embotelladora ni certificado de origen ni registro de Sanidad ni composición cualitativa ni nada, se forró como le dió la real gana: no había más que ver cómo vistía, las cadenas que llevaba al cuello y las palabras de boutique que utilizaba para expresar sus pensamientos más profundos. Un día, por ejemplo, mandó a un montón de gente a tomar por culo. "Que se vayan a tomar por culo", dijo. ¿De dónde sacó esas rarezas expresivas, esos aciertos verbales, esos chándales que luego heredó compulsivamente Julián Muñoz? Desde luego, no de unos grandes almacenes. Este hombre bebió en los albañales más refinados del sur de Europa, de ahí que su aliento no se pareciera a ningún perfume conocido.
O sea, que basta asomarse a este fenómeno económico y social para hacerse una idea del éxito que podría tener la planta embotelladora de Valdemingómez. Además, los madrileños, por una cosa o por otra, no hay día en que no se tomen tres o cuatro coprinas. De hecho, cada vez que vemos rodar por las escaleras de la Audiencia, en dirección a los desagües de la cárcel, los detritus del interminable banquete marbellí, es como si nos tomáramos un chupito de licor de mierda; así que no hay que crear la necesidad, que es lo más duro a la hora de comercializar un producto completamente nuevo, porque ya tenemos el paladar habituado.
Perdón por la insistencia, pero se trata de un negocio limpio, de alta rentabilidad y poco riesgo. Sólo nos falta averiguar si el Ayuntamiento subvencionaría la iniciativa. Sírvase bien frío.

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