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Nadir

Cementerios de elefantes

Al parecer están desapareciendo las abejas. El número de insectos perdidos se cuenta por millones, lo cual no deja de ser curioso en un mundo donde casi todo está controlado. Las abejas desaparecen pero nadie sabe dónde están, ni tampoco nadie entiende los posibles motivos de este suceso. El caso es que no hay abejas y mientras tanto, cientos de campos están a la espera de ser polinizados por estos enjambres inexistentes. He leído que algunos grupos de investigadores indican el estrés laboral como posible causa de su fuga. Al parecer las colmenas viajan en coches, de campo a campo, para ejercer su labor polinizadora y como si fueran músicos en su gira primaveral terminan agotadas y hartas de tantos kilómetros y conciertos de polen. Las abejas se estresan y abandonan la colmena en masa, dejando a las pobres flores con la entrada comprada y sin posibilidad de escuchar sus zumbidos favoritos. ¿Pero dónde va un enjambre cuando decide escapar de su trabajo? Las han buscado por todas partes. En otras ocasiones se han encontrado sus cuerpos peludos y muertos en los alrededores, pero esta vez no hay cadáveres a los que realizar autopsias. Las colmenas están vacías, las flores no pueden aparearse y los investigadores están perplejos. ¿Dónde se esconden los millones de abejas que han escapado de su trabajo? ¿Están en el paraíso de los insectos, una abejolandia repleta de flores y carente de estrés? Tarde o temprano alguien descubrirá su paradero, pero yo no puedo evitar recordar el cementerio de elefantes de las películas de Tarzán. Los elefantes heridos escapaban, para poder morir en ese sitio sagrado que los humanos desconocían. Era una leyenda bonita, que las imágenes de esas películas en blanco y negro dejaron grabadas en mi conciencia. Miles de esqueletos de elefantes reposaban en un cementerio sagrado que sólo Tarzán llegó a conocer y al que protegía de la codicia de los comerciantes de marfil. Los cuernos de elefantes son un objeto absurdo que tuvo una demanda increíble durante muchos años y por el cual se mataba a esos animales, más cercanos a la prehistoria que a la telefonía móvil. El caso es que el marfil no tiene nada que ver con la miel, pero yo me imagino un espacio sagrado donde reposan las abejas y que sólo un Tarzán de los insectos conseguirá descubrir en algún momento. Por desgracia la vida no es una película y las abejas son obreras importantes en el mundo tecnológico en el que vivimos. Los campos las necesitan si quieren que las cosechas prosperen y si ellas faltan, las flores nos alegrarán la vista pero no nos darán frutos. Si el estrés afecta ya a los insectos, los problemas medioambientales están empezando a ser objeto de estudio de los psicólogos. Los glaciares se derriten, las mieles desaparecen, las flores mueren vírgenes y mientras tanto nosotros seguimos pagando sangre por bolas de marfil absurdas que adornan nuestros salones. ¿Dónde están las abejas estresadas? ¿Dónde está Tarzán cuando hace falta? He puesto carteles por mi vecindario, "Se buscan millones de abejas perdidas" y espero que alguien me llame para decirme que todo está aclarado, que en realidad estaban de vacaciones y que el mundo sigue girando al ritmo de sus zumbidos. Hace años existía una película de terror en donde nubes de abejas asesinas atacaban a la población, matando y sembrando el pánico con sus aguijones envenenados. Ahora el cine de horror nos muestra al propio mundo contemplando el silencio de los enjambres perdidos y las colmenas vacías, mientras se pregunta si el futuro será algo parecido a un cementerio de elefantes.

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