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Nadir

Ensayo de un funeral

Nada de particular tiene que los partidarios de Augusto Pinochet consideren un milagro que este viejo criminal vuelva de la muerte a la vida de forma prodigiosa. Consideran que Dios está del lado de ellos y no se paran a pensar en que Dios no quiera al asesino a su lado. Pero tampoco es extraño que los adversarios del gran delincuente hayan tomado su gravedad por una burla más a la justicia y otro episodio de engaño del gran defraudador. Nadie, sin embargo, sospecha de que este tipo con vocación de faraón hiciera de este episodio el ensayo de su despedida para leer con sus propios ojos lo mismo las fervorosas elegías anticipadas de los suyos que los desdenes que se le propician con todo merecimiento. Ha conseguido enterarse de lo que tenía que haber supuesto ya, que la presidenta de Chile no piensa estar al lado de su ataúd y que de los honores de jefe de Estado ya puede despedirse, pero semejante aclaración por parte de los poderes chilenos me ha parecido innecesaria por obvia. Ha contado en cambio con la visita de jefes militares, que fueron recibidos junto a su lecho al grito de traidores, pero le habrá consolado comprobar que el estamento al que pertenece es invariable, pase lo que pase con los suyos. Y que lo que haya pasado con Pinochet sean grandes crímenes contra la humanidad no parece que sea lo que a los militares chilenos les produzca mayores escrúpulos a la hora de juzgarle, ya sea porque de modo corporativo tengan que asumir su parte de culpa en la barbarie, ya sea porque los ejércitos no se conmueven mucho con la sangre. Pero aunque esto no afecte al honor de un ejército, si los militares siguen dando por perdido el honor cuando un jerarca suyo es un ladrón declarado de la patria, y a este personaje despótico no le falta delito de apropiación indebida y fraude para irse a la tumba como un delincuente en toda regla, es para pensar que rendirle honores militares suponga para ellos un duro trago. Sin embargo, en el ensayo de sus exequias, Pinochet ha podido enterarse de que esos honores no le van a faltar, con lo cual ya se ha garantizado la tamborrada y los saludos con corneta para irse a la tumba haciendo a todos la pedorreta. No obstante, por muy extremauncido que vuelva ahora a su casa, a su cómodo arresto domiciliario, no va a morir en paz. Ni él se lleva bien con la paz ni la paz lo quiere.

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