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Nadir

Confesiones en dia de lluvia

No me emocionan las banderas, ni los himnos, ni los escudos. La lucha canaria me parece aburrida, el gofio no me vuelve loco -pero para nada-, a las rapaduras mejor ni nombrarlas y las canciones de Chago Melián me resultan inaguantablemente empalagosas. Me la refanfinflan los records que tanto nos gustan a los canarios, el que tengamos que alardear de tener el mejor Carnaval del mundo mundial en cuatro calles llenas de orines para estar más tranquilos; el que asumamos esos lemas del qué-chachi-soy que no tienen, por otro lado, la menor originalidad ni el más leve asomo de gracia. No me alegra en lo más mínimo la mañana saber que ha nevado en el Teide, me revienta el pleito insular, me cansa el fundamentalismo de la idiosincrasia y me dan miedo los telepredicadores delirantes que dicen defendernos a golpe de berridos y amenazas.
Me encanta ver a un matrimonio de senegaleses con sus hijos paseando felizmente por un parque, a un grupo de amigos peruanos disfrutando de un domingo de rastro, a gente que se ha ido y que busca un camino como tantos otros millones en tantos millones de sitios durante tantos millones de días. Me fascina Buenos Aires, el rock británico, los olores de las medinas, la tremenda cantidad de vida que corre por las venas de La Habana y ver a un grupo de brasileños con las camisetas de sus equipos de fútbol preferidos disfrutar de un partidillo en Las Teresitas. Me encanta encontrarme con una persona cualquiera en la guagua y de repente trabar una conversación placentera, y que me besen, y que me quieran, y que me hagan cosquillas, y que me laven el pelo en la peluquería. Me alegra caminar por los barrancos de Euskadi, mandarme unas papas con mojo en La Punta, las carcajadas súbitas, los rastros de Londres, el bullicio de Madrid, y follar, y fumar, y reír y ver a tanta gente disfrutar disparatada en medio de la vorágine de la lógica urbana.
Me irrita el rechazo gamberro al forastero, las personas que piensan que la identidad es una roca enterrada que no hay quien la mueva de ahí, el nosotros primero y después los demás, el lo nuestro es lo más bonito que hay, el "tú sí puedes entrar, tú no". Me puede, como me pueden los que no saben hablar, los que andan todo el día diciendote lo que debes hacer, echando espuma por la boca; los que no quieren mirar más allá, los que se tapan los ojos, los mayores que no aceptan que el mundo cambia, que el mundo tiene que cambiar, que el tiempo tarda y que las mezclas y las innovaciones y los estilos no van a parar jamás de girar.
Me encanta el Viña Norte maceración carbónica, el olor de mi madre, el pabellón criollo venezolano, la buena salsa francesa, las ramblas de Barcelona, Yaiza de Lanzarote, Berlín, la candidez de los saharauis, la risa espontánea de un niño regocijado en una carantoña, el blues, volar a otros lugares que van a llegar. Me encanta la luz natural, escuchar los relatos de los viejos que saben contar, el aroma de la canela, las recetas de la comida india, la plenitud de los pequeños detalles, el mar de Estambul, la papaya verde frita.
Amo a la libertad. Por eso será que odio a los que acotan el mundo, a los que miran mal, a los que construyen los muros bloque a bloque, palabra a palabra, una estupidez encima de la otra; refugiados en las banderas, los miedos, las mentiras, los complejos y, lo que es peor, secuestrados por su propia mezquindad.

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