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Nadir

Carroñera gaviota

Definitivamente, el pasado jueves quedó meridianamente claro que el Partido Popular ha abandonado la senda del centrismo centrado y centrista por la que José María Aznar transitó de forma embustera para llegar por los pelos a La Moncloa en 1996 y conseguir la mayoría absoluta cuatro años después. Si no fuera por lo grave que es, la charada de Martínez Pujalte y demás hooligans populares, convirtiendo asambleas legislativas en receptáculos tabernarios para acallar el diálogo democrático, no merecería que nadie perdiera ni una sola de sus neuronas en ello, pero la derecha cromañónica española, que en nada se parece a sus homólogas europeas y cada vez se acerca más al astracanismo de Berlusconi o al incendiario discurso de Le Pen, pide a gritos (como solamente ella sabe hablar) ser desenmascarada.
Incapaces de aceptar las reglas del juego democrático (ya Arenas apuntó en su momento que la última victoria de Felipe González había sido un pucherazo, con lo que parece que estaban ensayando para el discurso que repiten como loros desde el 14 de marzo de 2004, aunque en su versión más macabra y repugnante), los vándalos desquiciados (es triste comprobar que una persona seria como Pablo Matos se siente junto a ellos y tenga que justificarlos) se empeñan en quebrar la convivencia pacífica entre los españoles, que no quieren vivir enfrentados por más que las alimañas repten, escupan y aúllen. No en vano, son los herederos casposos de todos los salvapatrias absolutistas y dictatoriales venidos a más que ha tenido el país y que le impidieron durante siglos estar en los furgones de cabeza del resto del mundo.
Y esas sucias artimañas vividas la semana pasada en Madrid, enrevesando la realidad para hacer un escorzo que vaya bien con su estrategia, será exportada durante los próximos años al resto de comunidades autónomas. En Canarias, aunque de momento de forma leve y casi desapercibida, la carroñera gaviota no hace más que buscar el enfrentamiento en sede parlamentaria (Toribio y el Gran Chambelán Rodríguez son sus principales valedores) durante los debates, pero la torticera, prepotente y arbitraria forma de llevar el timón de la Cámara regional, poniendo zancadillas con sesgadas interpretaciones reglamentarias, es responsabilidad exclusiva de Gabriel Mato, que cumple a rajatabla las órdenes de intentar sacar de quicio a los adversarios para que el griterío acalle la voz de la razón.
Lo único bueno del Partido Popular es que cada día que pasa cociéndose en su propia bilis de frustración se aleja de ser el partido alternativo que sea digno de en su día sustituir en el Gobierno a quienes ahora están. Su estrategia hooligan lo invalida para ese cometido, porque nadie vota a aquellos de los que se avergüenzan.

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