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Nadir

Colecciones

Hace tiempo, un hombre, Phineas P. Gage, se hizo famoso porque una barra de hierro le atravesó la cabeza y no sólo no murió sino que, para asombro de todos, se recuperó sin secuelas visibles. Al parecer Gage era capataz de una cuadrilla que se dedicaba a tender vías férreas. Para ello tenían que dinamitar el terreno con pólvora compactada con arena, una tarea peligrosa, que terminó en explosión y que lanzó el trozo de acero hacia la cara de su dueño, penetrando por debajo de la barbilla y saliendo por la parte de arriba de la cabeza. Espeluznante, pero sin embargo, sirvió para demostrar que los lóbulos frontales del cerebro tenían mucho que ver con la toma correcta de decisiones en las que la razón no era la única implicada. Por alguna razón que desconozco, ese tema, objeto de estudio de la neurobiología, es algo sobre lo que siempre me ha gustado leer. ¿Porqué hay personas que parecen acertar siempre en sus decisiones vitales y personas que, a pesar de ser inteligentes, se equivocan una y otra vez? Al parecer el secreto está en el trozo de cerebro que la barra le arrancó a este pobre hombre. Pero en este caso, lo que me ha llamado la atención ha sido un efecto secundario, poco conocido, que le quedó al accidentado. Al parecer Phineas Gage desarrolló una afición que antes no tenía, la manía de coleccionar cosas. Lo cual es curioso, porque nunca me había parado a pensar que el coleccionismo tuviese nada que ver con el cerebro y mucho menos con el cerebro atravesado por un hierro. Según he sabido, las personas autistas también tienen esa tendencia a la colección. Así que después de leerme la desagradable descripción del accidente, me encuentro obsesionado con el tema de las colecciones y el cerebro. Pienso en las estilográficas que he comprado y me pregunto que problema tendré en mi cabeza para haberme dedicado a coleccionarlos. Mi madre tiene tantas colecciones que ya no sabe donde ponerlas y ahora me doy cuenta que algunas aficiones se heredan de padres a hijos, como las enfermedades o el color de los ojos. Es posible que mi madre y yo tengamos un problema neurológico. Nuestros circuitos han debido ser sacudidos por algún accidente y hemos desarrollado la manía compulsiva de juntar las cosas en álbumes. Por suerte no fue una barra de hierro lo que nos atravesó, sino algo más sutil, tanto, que nadie se había dado cuenta hasta ahora, ni siquiera yo mismo. Quizás fue un rayo de luz que atravesó nuestras gafas y nos tocó la conciencia cuando éramos niños. El caso es que ahora me da miedo mirar la colección, porque, además, el señor Gage, se enamoró de la barra de hierro y la llevaba a todos lados. Cuando murió, lo enterraron con ella y por eso, un siglo después, pudieron reconstruir su cerebro virtualmente, para analizar la trayectoria del proyectil metálico a lo largo de su cabeza. Así que no sólo coleccionaba, lo cual al parecer es sintomático de problemas, sino que se enamoró de su asesino. Encima trabajó en un circo, exhibiendo sus cicatrices, la barra de hierro y supongo que alguna que otra colección de objetos. Gracias al cielo, yo solo colecciono plumas estilográficas y tebeos de Iznogud, pero todavía no me ha dado por enamorarme de ellos. Así que no soy un caso grave, pero a lo mejor, debería decirle a alguien que quiero que me entierren con las gafas puestas, o avisar a mi madre para que tire las colecciones. Pero me da pena porque ella no sabe nada de barras de hierro, ni de cerebros enfermos. Ella lo único que hace es disfrutar al poner en una repisa, objetos parecidos de manera que el conjunto quede bonito. Yo, como recuerdo, le he regalado una palanca de hierro y ella la ha puesto junto a su colección de cucharas.

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