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Nadir

Charcos

El hombre corrió a refugiarse en el portón. La lluvia había empezado de repente, el día se había convertido en una cortina de agua y truenos, así que cubriéndose la cabeza con las manos buscaba un sitio donde alejarse de ese chubasco veraniego. Cuando estuvo a resguardo, se sacudió como un perro y a sus pies se formó un pequeño charco de agua. El hombre miró a la calle que, de repente, se había quedado desierta. El agua golpeaba el asfalto y ese ruido transformaba el día en algo parecido a un sueño. Sonrió para sí mismo, ver llover le ponía contento. Apoyó el hombro contra la pared de mármol del portón y pensó que lo único que le faltaba para que la mañana fuera un sueño era que una mujer guapa corriera a refugiarse con él. Giró la cabeza y miró al espacio vacío que había a su derecha. La intensidad de la lluvia cada vez era mayor y el otro lado de la calle aparecía desdibujado y borroso frente a sus ojos. En ese momento, entre las brumas del agua, le pareció que una mujer corría a refugiarse en el portón del edificio que estaba ante él. Guiño los ojos tratando de determinar la edad de la mujer, pero el agua no le dejaba distinguir los detalles. Seguro que era joven, que mala suerte, podría haberse metido aquí, junto a mí. De repente tuvo una idea, cruzaría la calle corriendo y se resguardaría de la lluvia en el otro portón. Era una locura, pero también el clima parecía estar loco, así que todo se mantenía en orden. El hombre se preparó para la carrera, tomó aire y justo en el momento en que salió, una mujer joven y guapa entraba en su portón, que ya no era suyo porque estaba corriendo en dirección al de enfrente. La lluvia pareció cebarse en su cabeza y cuando llegó al otro lado estaba empapado. La mujer lo observó un instante y después, sin ni siquiera una sonrisa siguió mirando a la calle. En ese instante, un coche se detuvo junto a la acera y tocó el claxon. La mujer salió corriendo, sin despedirse, y se introdujo en el coche que la estaba esperando. El hombre se quedó de nuevo sólo, con un charco de agua bajo sus pies y la incómoda sensación de haber hecho el primo. Levantó entonces la vista y al otro lado de la calle, en su portón, contemplo entre brumas a la mujer que había entrado en su portón. No pensó, se lanzó de nuevo a la calle y cruzó el espacio que le separaba de ella. Entró de un salto, dijo un hola improvisado y miró a la mujer que estaba completamente seca y tenía aspecto de hada. Hola, te estaba esperando, dijo ella con una sonrisa en la boca. ¿A mí? Claro, esperaba que te cansaras de la otra y regresaras conmigo, dijo la mujer señalando al otro lado de la calle. ¿Cómo sabes tantas cosas de mí? Soy la princesa de los días de lluvia, dijo mirando hacia las gotas de agua que golpeaban el asfalto. ¿Puedo besarte? Preguntó el hombre. Si lo haces me convertiré en charco, dijo ella mirándolo a los ojos. ¿Y si no lo hago? Gimió. Si no la haces también ocurrirá. Así que el hombre se acercó hasta ella, la cogió por los hombros, la atrajo hacia su cuerpo y la besó como si fuera una princesa lluviosa y él un chaval del tiempo. La sintió disolverse entre sus brazos y entonces sin mirar atrás salió a la calle y echó a correr bajo el agua. Corrió sin parar hasta llegar a su casa. Subió las escaleras de dos en dos, abrió la puerta y se quedó en la entrada, recuperando el aliento y el alma. Se sacudió como un perro y a sus pies se formó un charco de agua.

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