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Nadir

De paraguas y primaveras

Si los escuchas llegarás a la misma conclusión: el frío y largo invierno siempre acaba por congelar el sentido común de algunas personas que tienen que decidir asuntos mucho más relevantes que la eterna duda matinal de coger o no el paraguas ante un día nublado. Pero no es culpa del invierno el que algunos cerebros, escasos de líquido anticongelante, pretendan elaborar profundas tesis doctorales sobre el pasado, presente y futuro de un territorio con apenas dos o tres conceptos aprendidos cuando levantaban el brazo y se ponían cara al sol. Más complicado es pedirles que no condicionen toda una prometedora primavera a sus intereses particulares, escondidos en su armario: decenas de paraguas que serían la envidia del cualquier lord inglés y que marcan una vida pendiente de las nubes. Todo por si llueve, incluso el mismo soleado día en el que la primavera se reencontró con nosotros.
Aún no sé si fue ETA o la primavera los que contaron con la ayuda de expertos que les asesoraron sobre la nueva imagen pública que debían tener el 21 de marzo. Sería lógico pensar que la primavera estaba tan deseosa de aparecer en los medios de comunicación que decidió firmar un pacto con la banda terrorista para que ésta anunciara su tregua ese día. Mucho más lógico es pensar que fue ETA la que decidió llenar de esperanza la nueva estación con la noticia que todos esperaban. Obviamente algunos deseamos mucho más, pero somos conscientes de que para que llegue el verano antes tiene que venir la primavera. Todo, incluso las estaciones, requiere su tiempo.
La duda, una semana después del cambio de estación, no está en saber si la primavera es real. Ya lo sabemos, basta con ver el sol y sentir el calor para comprobar que no es una primavera trampa, y que no es una tregua ni un alto el fuego del invierno, sino que es una nueva estación. Pero también sabemos que podrá llover algún día y que probablemente haya momentos en los que pensemos que de nuevo estemos en invierno, con una persistente lluvia que nos haga desconfiar nuevamente de la veracidad de la primavera.
El realismo nos recuerda que todo tiene su fecha de caducidad y que después de la primavera llegará el verano, luego el otoño y por último el invierno. Sí, es cierto, pero si el admirable desarrollo económico ha conseguido trastocar el ritmo natural de la naturaleza y crear de la nada todo un cambio climático, no debe ser tan difícil poner un microclima primaveral en este país que compense los más de treinta años de invierno terrorista y consiga desterrar los paraguas al armario, por mucho que algunos no sepan vivir sin ellos.

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