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Nadir

Ronquidos

Conforme han pasado los años he perdido muchas palabras y ganado algunos ronquidos. Al principio observé que perdía las palabras extranjeras. Aquellas que no utilizaba desaparecían de mi conciencia dejando solo un vacío en el sitio donde solía estar ese término. Pero el hecho de que no estuviera la palabra no eliminaba la sensación de que yo alguna vez la supe y la utilicé. Esa sensación, era parecida a la marca que se queda en la pared de una habitación cuando quitamos un mueble que lleva mucho tiempo apoyado sobre ella. El mueble ya no está, pero se intuye su presencia pasada en ese cerco. Con las palabras pasa lo mismo, dejan marcas sobre las paredes del cerebro y por eso uno siente que lo han desvalijado, que le han robado algo que era suyo. Pero al principio solo me ocurría con las palabras extranjeras y con ellas la sensación de pérdida es menor porque en cierto modo no nacieron conmigo. Términos en alemán, francés o inglés desaparecían de mi cerebro dejando sólo el regusto amargo de su anterior posesión. Claro que eso es lo lógico o al menos eso dicen los expertos, que las palabras extranjeras que no se utilizan se oxidan y se olvidan. Así que durante años he sufrido ese proceso de expoliación de mi vocabulario en otros idiomas, sin alarmarme, sin sentir otra cosa que la pena típica de no tener la excusa de utilizar esas palabras que tanto trabajo me costó aprender. Lo malo, lo grave es cuando me he dado cuenta de que la desaparición empieza a afectar a las palabras de mi propia lengua. Estoy hablando con alguien y de repente me quedo con una palabra en la punta de la lengua que no puedo pronunciar. Rebusco en mi cerebro y lo único que encuentro en una pared vacía con manchas de mudanza reciente. La edad, me dije a mí mismo sin darle importancia. El estrés, pensé en la soledad de la noche. Las prisas, las preocupaciones, el cansancio, quizás son ellos los culpables de este robo de palabras que está teniendo lugar enfrente de mis narices. Pero ahora sí, estoy preocupado, porque conforme mis palabras decrecen aumentan mis ronquidos. Yo que antes era un hombre de vocabulario amplio y claro me estoy transformando en un animal que emite sonidos ininteligibles por las noches, mientras una entidad quimérica me roba las palabras. Mi madre me mira con preocupación, quizás porque no sabe lo que está pasando, quizás porque le doy miedo. He tratado de explicárselo, pero no he podido articular nada que tuviese sentido. He tratado de pensar pero la mayoría de mis paredes interiores están vacías. Mis palabras se han mudado de casa sin dejarme la nueva dirección donde poder contactar con ellas. Ronco cada días más, y cuando no estoy roncando tengo ganas de llorar, porque yo nunca quise ser así. Yo había coleccionado palabras en varios idiomas, para poder expresarme y decir lo que sentía o pensaba, pero me las han robado y ni siquiera puedo acudir a la Policía. Escribo textos con cada vez menos palabras porque la mayoría se me han perdido. Quizás ronque con las teclas del ordenador, quizás llegue un día donde mis dedos se nieguen a pulsar las teclas como siempre lo he hecho y lo único que pueda escribir con ellos sean sonidos ininteligibles y molestos. Ya no puedo hablar en público porque me pierdo, rebuzno y parezco un demente. Por eso me he recluido delante de este teclado, por eso lanzo este mensaje de auxilio para cualquiera que sepa donde pueden estar mis palabras perdidas. Tengo miedo, porque una vez que concluya la mudanza interior no quedará nada de mí mismo en el interior de mi cerebro. Tengo miedo porque entonces mis ronquidos serán mi única conversación y el mundo dejará de tener significado para mí en ningún idioma conocido. Moriré vacío de contenido, pero lleno de ruido.

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