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Nadir

Abuelos

Todo el mundo en casa está durmiendo, menos yo. Aprovecho mi insomnio para levantarme, ir a la cocina, sacar la ropa de la lavadora y poner la secadora. De esa manera tengo la sensación de aprovechar este tiempo nocturno. Pero ya no tengo nada más que hacer, así que camino por el pasillo sin rumbo fijo, con el objeto de cansarme para volver a la cama y al sueño. Pero esta noche me encuentro agitado, nervioso y mis ojos están tan abiertos que hasta mi casa me parece extraña, fantasmal. Me siento en el sillón y abro el libro que estoy leyendo estos días. Un abuelo, habla con su nieto. Intenta vivir de manera que siempre puedas decir la verdad, le dice. La frase me golpea la conciencia y me despierta más de lo que ya estaba. Ahora tampoco puedo seguir leyendo. Cierro la novela y pongo los pies sobre la mesa que hay delante del sofá. Podría encender la tele, pero mi madre ha roto el mando a distancia y no me apetece hacer zapping y footing al mismo tiempo, así que miro la pantalla oscura en la que se refleja, deformado, el sillón en el que estoy sentado. Cierro los ojos, pero no buscando el sueño, sino el eco de esa frase que acabo de leer. Intenta vivir de manera que siempre puedas decir la verdad. Me levanto mientras pienso en mi propia vida. Busco una bolsa de plástico y me acerco al revistero para eliminar los periódicos atrasados. Recuerdo un artículo que he leído hace unos días que hablaba de la verdad. Al parecer está en peligro de extinción, no puede competir contra las mentiras bien inventadas. Termino de recoger los periódicos y dejo la bolsa en el pasillo, para acordarme de bajarla a la basura al día siguiente. El sueño o el cansancio se resisten a venir. Mañana estaré agotado, pienso mientras me acerco a la ventana para mirar hacia la calle. Intenta vivir de manera que siempre puedas decir la verdad. Me pregunto si es un buen consejo de un abuelo a su nieto, o si simplemente algo que suena bien en un libro. La verdad es peligrosa y muchas veces subjetiva, ofensiva y dolorosa, pero el abuelo no le dice que la diga, sino que viva con la posibilidad de hacerlo. Me siento de nuevo en el sillón y me tapo con una manta de viaje. Pienso en mi vida. Yo no puedo decir siempre la verdad, no sigo el consejo de ese abuelo literario y sin saber porqué me encuentro un poco incómodo. Lo cual no contribuye a invocar el sueño sino a incrementar mi insomnio. Trato de hacer una lista mental de las verdades que diría si pudiera, pero no soy capaz de poner ninguna. Quiero creer que algunas cosas no las digo porque no es prudente, otras porque resultaría ofensivo y otras porque no tiene sentido decir la verdad. Mi lista se desvanece en mi cabeza como copos de nieve caídos en primavera. Intenta vivir de manera que siempre puedas decir la verdad. Lo peor es la sensación de que esa frase encierra algo de razón. Lo peor es que el sueño se resiste a llegar y mientras tanto no puedo apagar mi cerebro que sigue dando vueltas como un animal enjaulado que no encuentra reposo. Mañana todas mis reflexiones me parecerán absurdas, producto del cansancio y la falta de sueño. Pensaré que la vida no es un libro y que es muy fácil decir cosas sobre el papel, pero muy difícil saber si eso es aplicable o no a la vida real. Me dejo caer sobre el sofá y me quedo tumbado, dejando que el calor de la manta me invada lentamente. Cierro los ojos y sueño que soy un abuelo. Intenta vivir de manera que la puedas decir siempre la verdad. El nieto sonríe y se queda durmiendo.

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