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Nadir

El fin de la inocencia

Es, como todos los itinerarios que conducen a prisión, una imagen fugaz, un instante breve y confuso, vertiginoso. Estas fotografías casi siempre salen algo movidas: el bochorno deja siempre una estela desenfocada. Apenas vemos nada, pero somos capaces de imaginarlo todo, incluso el escalofrío, la incredulidad y el vértigo que recorre el interior de ese vehículo policial. Nosotros miramos al interior del coche, intentando escudriñar el rostro del asombro. Dentro, no se quiere mirar hacia fuera, ni tampoco hay tiempo de imaginar porque ya sólo cabe asumir la realidad. La escena atrapa porque es justo ese instante en el que, al tiempo que todo se hace efímero, el entorno y el devenir se ralentizan como en una película dramática. Las voces se convierten en un barullo lejano. Desde el asiento trasero de ese coche todo debe verse desde la embriagadora inconsciencia de quien sabe que no es posible despertar de un mal sueño si las pesadillas llegan en el momento en que ya hemos dejado de soñar.
El espectáculo continúa. Otro político más expulsado del que creían que era el paraíso de la impunidad y los silencios. Otro intenso calambre paralizante que recorre los tuétanos de la sociedad insular. Otra retahíla de frases en las que sólo captamos el balbuceo incoherente de una legislatura aquejada de parálisis nerviosa. Transitamos por ella de susto en susto. Otra vez el descaro, la avaricia y la imbecilidad viajando de teléfono móvil en teléfono móvil. Eolo, el Marqués, las Obras Públicas y los negocios privados. Otra vez una grabadora destapando vergüenzas, otra vez nuestra confiada confianza traicionada. Otra vez un pueblo asqueado por un espectáculo en el que las miserias parecen querer adueñarse de todo el escenario.
Otra vez la hipocresía de decir lo contrario de lo que se decía cuando la mancha de la corrupción caía sobre el otro partido y no sobre el propio. Los aspavientos de entonces son hoy compungidas llamadas a la prudencia para que nadie juzgue de antemano. Es obvio que la corrupción anida siempre cerca del poder, y es muy probable que también sobrevuele otros escenarios y siglas políticas demasiado habituadas a los pasillos lúgubres del poder. Tindaya, Icfem, Amorós? esperan en el armario. Pero los avatares del destino, esos que tanta suerte trajeron antaño, han querido poner ahora al Partido Popular de Canarias frente a su propio espejo de los horrores. Llueven demasiadas vergüenzas. Han dicho este fin de semana que quieren mirar al futuro, pero harían bien primero en mirar más cerca, incluso a su propio ombligo, al parecer lleno de mugre
Decía Churchill que "la democracia es el sistema político en el cual, si alguien llama a la puerta de la calle a las seis de la mañana, sólo puede ser el lechero". No fue el lechero, sino la policía quien llamó a tan intempestivas horas a la puerta de María Antonia Torres, concejala del Ayuntamiento de Telde. En lugar de leche, traían una orden de detención firmada por un juez. Desgraciadamente, en los tiempos actuales, la custodia de la democracia ya no es cosa de lecheros madrugadores. Lo peor es que tampoco la política parece ser ya cosa de personajes como Winston Churchill.
Es lo que pasa cuando se diluyen las ideologías y los compromisos, cuando las listas electorales se llenan de gentes con pocas convicciones, cuando sólo buscamos meros gestores, cuando creemos que los deseos e ilusiones se pueden expresar en una simple Cuenta de Resultados. Las páginas de Política de los periódicos se confunden últimamente con las de Sucesos. Sobrepasados por tantos acontecimientos, sólo atinan a reclamarnos que respetemos la presunción de inocencia para los detenidos. Es un latiguillo constante que no paramos de oír. Hacen bien en defenderla, pero no es la única que debería preocuparles. Es nuestra inocencia la que de verdad se ha ido perdiendo desde que no ha quedado más remedio que cambiar al lechero por la policía.

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