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Nadir

Cargadores

Mi hija y mi teléfono móvil tienen muchas cosas en común. Para empezar suenan cuando menos lo esperas y hay que cogerlos de inmediato porque sus melodías están diseñadas para generar estados de ansiedad cuando no se atienden al momento. Es cierto que el móvil puede ponerse en modo silencio, pero todo el mundo sabe que cuando un bebé no hace ruido estás mucho más preocupado que cuando suena en continuo. Así que cuando lo tengo en silencio, me acerco a la pantalla o a la cuna cada diez minutos para comprobar que nadie me ha llamado o que la niña sigue respirando. También puede desconectarse, pero esa es una opción que no sólo no se utiliza, sino que sólo de pensarla se me erizan los pelos de la antena. Los teléfonos móviles y los bebés están pensados para ser actualizados en continuo; cada pocos meses hay que comprar accesorios nuevos. Mi hija cambia de talla de ropa con tanta frecuencia que muchas veces no tenemos tiempo de estrenar la que habíamos comprado antes de que se le quede obsoleta. Me ocurrió lo mismo con la última carcasa que le compré a mi Nokia, con la diferencia de que con el paso del tiempo los niños crecen y los móviles encogen. Así que nunca sé qué hacer con la ropa y los accesorios que se me van quedando viejos. Los almaceno en cajas, ubicadas en trasteros oscuros sin decidirme a tirarlos porque me da pena y porque quizás algún día encuentre utilidad o los regales a alguien que los necesite. Sin embargo a la mayoría de la gente le gusta estrenar sus cosas, así que todos compramos móviles nuevos, porque las cosas usadas no producen tanto placer como las que uno estrena personalmente. Lo peor es que todo cuesta una fortuna, así que cuando me asomo a los trasteros me doy cuenta de que me he gastado mucho dinero y me pregunto si existirá un método para amortizar el gasto realizado. Mis amigos dicen que el sistema es tener otro niña, o comprar otro móvil, que es casi lo mismo aunque el embarazo es más corto. Así que desde hace unos meses tenemos dos móviles en casa y de esa manera los accesorios nos salen a mitad de precio aunque las llamadas se nos han incrementado al doble. Digamos que al final pagamos más, pero la sensación es mejor. Además, todo el mundo sabe que un niño solo es como un teléfono aislado, así que hay que darle un hermano para que se socialice y pueda sentirse acompañado en este mundo. El tema de la batería es un aspecto singular. Los bebes se cargan y descargan muchas veces al día. Cuando están llenos de energía no parece posible que exista un momento en el que su batería se descargue, pero al final todo llega. Igual que mi móvil, que se queda sin pilas ajeno por completo a tus necesidades adultas. Por eso, durante los primeros meses de vida hay que conseguir que la niña y el teléfono cojan la rutina de cargar sus baterías por la noche. Todo normal, salvo el otro día, que mi hija encontró el cargador del teléfono y al coger el cable, le gustó tanto que no quería soltarlo. En su mente infantil, descubrió ese nexo invisible entre móviles y niños, por lo que decidió que tenía que cargarse de esa energía que sirve para hablar con el mundo. Tuve que sacarla a la calle con el cable en la mano, paseó con él por toda la ciudad y se durmió sin soltarlo. La gente la miraba extrañada, pero yo les decía que no se preocuparan que el cargador no estaba enchufado, que la niña se sentía acompañada por su hermano celular. Lo malo del caso es que ahora no me atrevo a explicarle a nadie, que por las noches le estoy poniendo pañales a mi teléfono.

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