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Nadir

Otra de Führer ocioso

José María Aznar se ha ofrecido a salvar América Latina de la “marea populista”. “Alguien la tiene que parar (...) Yo estoy dispuesto a hacerlo y sé que hay muy buenos amigos en Iberoámerica dispuestos a trabajar también.(...) Vamos a ver si nos organizamos y lo hacemos”, asegura Aznar, para quien la situación actual con Gobiernos de izquierdas es “preocupante”.
Tiene, sí,  muy buenos amigos Aznar en el Cono Sur. Por ejemplo, el ex presidente argentino Carlos Menem –populista pero de los buenos y, además, corrupto-, con el que mantuvo fluidas y muy personales relaciones. El 22 de abril de 1997, con motivo de su visita a Argentina, Aznar se deshizo en elogios hacia la política económica de Menem, “que atrae la confianza de los inversores del mundo”.

Ahora, en cambio, el ex presidente ha ubicado la Argentina de Kichner en zona de descenso por su orientación “populista”. Es decir, por su política  socialdemócrata. Todo lo que suene a progresismo le produce a Aznar una alergia insufrible. Recordemos su frase sublime: “Esos progres trasnochados que van ladrando su rencor por las esquinas”.
            
En la Casa Blanca cuenta asimismo Aznar con muy buenos amigos. El mejor, George W. Bush. Volvieron a verse hace poco. El presidente norteamericano ya le encargó en 2003 una importante misión en América Latina: convencer a algunos presidentes de las bondades de la  invasión de Irak. Fracasó estrepitosamente. Desde el chileno Lagos al mexicano Fox le dijeron “no”.

¿Le habrá pedido ahora su amigo George que intente otra misión redentora  como la de erradicar  los “movimientos indigenistas que son en parte marxistas, en parte revolucionarios, en parte basados en criterios étnicos”, según Aznar?

Su proclama la ha hecho en El Mercurio de Chile. Este periódico estuvo implicado en el golpe de Pinochet, como demuestran los papeles desclasificados hace unos años de la CIA, por orden del presidente Clinton.  Antaño Latinoámerica era otra cosa.

Antaño, a Aznar  no le preocupaba Latinoámerica. Estaba en buenas manos bajo la protección de Washington, el Gran Hermano que, ojo avizor, vigilaba a los malvados izquierdistas y, cuando era preciso, los liquidaba. “¿No sabes quién es el muerto,/ soldadito boliviano,/ el muerto es el Che Guevara,/ y era argentino y cubano,/ soldadito boliviano,/ y era argentino y cubano”.

En 1967, cuando mataron al Che, el jovencito Aznar no leía a Nicolás Guillén. Prefería a José Antonio y escribía cartas a la revista SP, autodefiniéndose como falangista independiente. En la actualidad, hace declaraciones en El Mercurio y arenga a la derecha latinoamericana que está, dice él, “avergonzada, callada, desaparecida, acomplejada”.

¡Sin complejos, sin complejos! Aprendan de mí. Y de mi amigo George. Acabaremos también con los indígenas, como al tal Evo Morales. A mí no me ocurrirá como al general Custer en Little Bighorn. Siempre nos quedará el Séptimo de Caballería. Aunque por no hacer, Aznar no hizo ni la mili.

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