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Nadir

Las letras marchitas

Lo digo desde el principio: debe de ser el cansancio. Un cansancio que arranca de los tiempos de Francisco Ramos Camejo y Carlos Díaz Bertrana, es decir, un cansancio inmemorial, una extenuación que me lleva a ver los aperejilados fastos del Día de las Letras Canarias como otra insignificante necedad destinada a un veloz olvido en cuanto los sillones oficiales los calienten otros glúteos. Pobre Viera y Clavijo, objeto ahora de una atención ortopédica destinada a brillar en los titulares de prensa y en los currículos de improvisados directores generales. Fundar efemérides y exaltar onomásticas es un recurso muy usual en las administraciones públicas. Una pantalla fosforescente que opaca el vacío de una política creativa, coherente, sistemática y sostenida. En todo caso, el Día de las Letras Canarias se me antoja un lujo carnavalesco. Los políticos catalanes, gallegos y vascos tienen, al menos, el pretexto de disponer de un idioma propio. En Canarias ni siquiera existe una industria editorial normalizada, ni apenas programas de animación a la lectura. En Canarias no se atiende a la literatura canaria en las enseñanzas medias (la literatura fue suprimida bestialmente de los planes de estudio) ni apenas se enseña en las universidades. En Canarias -ya solo me duelen los dedos de tanto escribirlo- no se cuenta con una red de bibliotecas públicas que pueda ser admitida profesional y técnicamente como tal, pese a algunas meritorias excepciones de ámbito municipal. En Canarias no se ha promulgado una ley de Bibliotecas. Las bibliotecas de nuestros centros docentes son penosas, salvo cuando son inexistentes. En Canarias la venta media de un título editado en el Archipiélago no llega a los cien ejemplares.
Celebramos la nada, por tanto, y la celebramos ranciamente, siguiendo hábitos y estilos de casinos batuecasianos. Ofrendas florales, encargos de retratos y bustos y exposiciones, alguna que otra conferencia: una pequeña derrama presupuestaria que, previsiblemente, no le hará daño a nadie. Provincianismo cutre y agorafóbico, indiferencia ante la realidad, pompa casposa, irresponsabilidad política e intelectual. Son precisamente, varias de las actitudes contra las que combatió Viera y Clavijo a lo largo de su vida, atravesando amarguras, padeciendo decepciones, sufriendo en su madurez el desdén y en su vejez la soledad arrinconada, pero sin perder nunca la curiosidad incesante, la exigencia ni el humor. Allí está ahora, cubierto de flores marchitas, aun vivo, vivo en contra del incienso babieca del poder.

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