Muertos de risa
Yo no le creo a usted", le dijo en el Congreso Mariano Rajoy a Rodríguez Zapatero, tan rotundo como solemne. Se expresó desde la acreditada credibilidad que le llevó a perder unas elecciones y en la que viene profundizando entre inexactitudes, mentiras a medias y calumnias en toda regla. "Yo sí le creó a usted", le respondió el presidente, manso, suave como no lo quiere su oposición, prudente hasta el punto de que las buenas formas puedan poner en duda su sinceridad. Zapatero apeló a la necesidad en política de la confianza -"esperanza firme que se tiene de algo o de alguien", en este caso de Rajoy- por respeto. Respeto es "atención, consideración, miramiento" que si no fuera lo que Zapatero siente por Rajoy sí parece que es lo que debe sentir por los millones de votos que respaldan al PP. Así lo dijo. Otra cosa es que uno tenga la percepción de que no siempre nuestros representantes gestionan adecuadamente ese respaldo y que la duda nos sitúe en la esperanza de que esos votantes actuarían con mejores modos que sus representantes en el Parlamento. Ningún votante del PP de cuantos conozco se atrevería a acusar con toda desfachatez y desde la más descarada mentira a dos ministros de sendos delitos, como lo ha hecho el diputado Martínez Pujalte en lo que llaman ahora sede parlamentaria. Es verdad que basta recordar a Pujalte muerto de risa en el Parlamento cuando se hablaba de muertos para hacerse un perfil del personaje. Pero lo peor es que cuando tuvo que rectificar, tras ser llamado al orden, que es una llamada que casi siempre requiere el demadrado, su disculpa fue que no había entrado en disquisiciones jurídicas sino que hablaba en términos políticos. ¿Qué son los términos políticos para el diputado, un territorio donde con toda impunidad puede uno deslizarse por la más repugnante insidia? Nadie vota para eso.
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