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Nadir

Coherencia

Cuando cayó el muro de Berlín se puso de moda hacer collares y pendientes con los pedazos de aquella tapia que había dividido en dos partes la realidad. Mucha gente todavía los muestra como símbolo de algo, no sabemos exactamente de qué. El cuerpo deviene con frecuencia en un curioso escaparate de afirmaciones absurdas. Podríamos creer que los usuarios de aquella bisutería pretendían mostrar su apuesta por la libertad, pero no era eso, no era eso. El modo en el que los comerciantes hurgaron en el muro hasta no dejar ni un átomo de él tenía que ver con algo más oscuro y seguramente inexplicable. En cualquier caso, hicieron un buen negocio, pues no había visitante que no comprara un trozo de ladrillo, engarzado o no, para mostrarlo en las cenas de los sábados.
Una empresa suiza está comercializando con éxito una iniciativa que consiste en convertir las cenizas de los seres queridos en diamantes. Entregas a tu padre en una urna y te lo devuelven convertido en dos joyas dentro de un estuche. Luego, te puedes hacer unos gemelos o una gargantilla. La operación cuesta un pico (entre 3.700 y 15.00 euros, depende del tamaño del padre), pero a los deudos les divierte la idea de convertir al difunto en una alhaja. Como el cuerpo tiene muchos espacios vacíos, hay sitio para todo. Puedes llevar el muro de Berlín en la muñeca y a papá en el dedo anular, engarzado en oro.
Nos vuelven locos los objetos. Cosificamos todo lo que cae en nuestras manos, sean difuntos o muros de Berlín. Las cosas no tienen por qué significar algo, incluso pueden no significar nada. La búsqueda del sentido es un asunto pretérito. Lo que nos gusta ahora es el sinsentido. Una revista francesa, en esa dura competencia con el resto de publicaciones por ver quién ofrece más cantidad de absurdo, acaba de regalar a sus lectoras un vibrador. Con idéntico criterio, podría haberles regalado una lavativa (cuidado, no es mi intención proporcionar ideas). Después de todo, la lavativa, como han venido a demostrar las revistas especializadas, es también es un artefacto sexual. Pero ya he caído en la trampa de la coherencia. Algunos no tenemos remedio.

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