Blogia
Nadir

Yo confieso

Hace un año que no entraba por la noche en el estudio de mi casa. El interruptor de la luz estaba roto y, cuando caía la noche, evitaba acercarme a esa zona oscura de mi vivienda, no tanto por miedo como para evitar golpes o accidentes involuntarios. Porque con el paso de los meses se había convertido en una especie de trastero, una zona sin control. Sobre la mesa de estudio, se amontonaban libros, cables de ordenador, discos, papeles y otros muchos objetos de difícil clasificación. Mi madre no paraba de recriminarme que arreglara la luz y yo me prometía a mí mismo cada fin de semana que iba a arreglar la luz, pero nunca encontraba las fuerzas suficientes para salir a la calle y comprar las piezas necesarias para hacerlo. Ella también prometía llamar a un electricista, pero supongo que tampoco encontraba las energías suficientes para buscar el número de teléfono del técnico y ponerse en contacto con él. El caso es que, por unas cosas o por otras, la habitación seguía sin luz y casi sin avisar, se iba transformando en un espacio oscuro, en un desván doméstico, en una jungla sin tambores ni tarzán, así que no tuve más remedio que sacar fuerzas de mis bolsillos y ponerme a reparar el interruptor. Para mi sorpresa y orgullo el proceso no consumió más de cinco minutos y tres euros. Pulsé varias veces para comprobar que la luz se encendía y apagaba y me fui a celebrarlo sin ser consciente de proceso que había puesto en marcha. Porque la clavija, no sólo interrumpía la energía eléctrica de la bombilla, sino que de alguna manera misteriosa también detenía otros procesos vitales más dañinos para mi cuerpo. Sin que yo lo sospechara, el pulsador detenía el virus de la gripe y al arreglarla, se introdujo en mi cuerpo como la electricidad en el filamento de una bombilla. Entonces me encendí con fiebre y tuve que meterme en la cama. Desde allí, escuché en la radio que se había formado una tormenta tropical cerca de mi casa y entre las pesadillas de la gripe tuve la intuición de que yo era el culpable de semejante fenómeno atmosférico. Mi afán de bricolaje me había postrado en cama y el pulsador maldito estaba desatando todos los procesos interrumpidos desde tiempos inmemoriales. Me levanté de la cama y me acerqué a oscuras a la habitación de estudio. Desde la ventana pude ver el viento arrancando árboles y tuve miedo de mí mismo. Cogí un martillo con la intención de destrozar esa clavija demoníaca y si no es por mi madre, que me detuvo en el último segundo, hoy sólo sería un amasijo de plástico y cables. Pero apareció ella, con una vela en la cara y me dijo que tenía una pesadilla, que se había ido la luz en todo el barrio y que la fiebre se me había subido a las pestañas. No tuve el valor de confesarle mi culpa, me encontraba mal y dejé que me diera un beso y me arropara en la cama. Desde hace unas horas miro como se consume la vela en la mesilla de noche y me pregunto que más procesos habré puesto en marcha con mi locura de bricolaje casero. Mi hija me ha preguntado cuándo voy a reparar el interruptor del pasillo, pero yo he tosido, simulando que me había atragantado con el humo de la vela y no he contestado. Podría confesarle ahora todas mis culpas, pero soy un cobarde que se escuda detrás de un edredón de plumas. El pasillo seguirá sin luz mientras yo viva, no quiero poner en marcha nuevos fenómenos vitales que no pueda controlar. Si lo arreglo, quizás caiga un nuevo diluvio universal o mi hija se quede embarazada o me salgan canas en los hombros. No podría soportar ningún nuevo esfuerzo, así que el pasillo seguirá a oscuras mientras este edredón me proteja del mundo.

0 comentarios